Victor Rubi Zapata
  LIBRO "MI JUTICALPA Y YO"
 


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Víctor Rubí Zapata

 

 

 

MI


JUTICALPA


Y

YO

 

 

Retazos de dos biografías

en un agradable revoltijo

 

 

 
1986

Juticalpa, Olancho

Honduras

 

 

 

PROLOGO

 

Luis Armando Verde

 

Es indudable, la prosa de Víctor Rubí Zapata –cuya voz es campana sostenida en el viento- tiene un cariz artísticamente elaborado y hay en ella una fina correspondencia entre el contenido y la forma.

 

La publicación de su primera obra el título “MI JUTICALPA Y YO” con la inserción de “Retazos de dos biografías en un agradable revoltijo”, le colocan la etiqueta de un notable escritor de las fértiles y pródigas llanuras olanchanas.

 

Los personajes que el autor describe en el marco de su estructura narrativa, son auténticamente reales. Rubí Zapata nos ofrece una original versión, donde mezcla la ironía con el recurso estilístico literario:

“Cayo Blanco, vió correr a mi Amigo Nando por las dilatadas llanuras tras el alcaraván patilargo…”

 

Así canta y se extasía felizmente revelando el estado anímico de una inspiración exquisita:

“Quiero que fluya asi, tranquilo y sereno, como una corriente que baja de la montaña, serpentea en la llanura y se pierde en la espesura de lo desconocido…”

 

Los planos temporales de sus temas están estrechamente vinculados con la manifestación lírica, valga como ejemplo su ciudad natal:

“Vieja y tranquila ciudad de mis amores”

 

Rubí Zapata cuando escribe se nutre de sus propias vivencias. Reune biografías de su pueblo y la suya en una antología personal: seres vivientes que proyecta con la verdadera identidad movidos por su hálito vital, sin buscar semejanzas directas en lo ficticio y circunstancial.

 

Sus reminiscencias transcurren en las inolvidables evocaciones como estampas perennes, de palpable colorido en el ámbito telúrico de su infancia en la Juticalpa de ayer.

 

Rubí Zapata, convertido a veces en protagonista-personaje, hace del discurso un instrumento de elucubraciones filosóficas que nos lleva a un mundo imaginativo, expresando una sucesión alegórica de anécdotas extraordinarias.

 

La calidad literaria no es el producto en sí misma; el valor estriba en la manera como el escritor lo diga.

 

Conviene interpretar la sensibilidad de Rubí Zapata penetrando en el fondo de su mensaje, porque de la complejidad de esa conciencia inquieta, predomina un grito frente al eterno devenir del hombre.

 

 

 

DEDICATORIA

 

 

 

A todos los míos. Una larga caravana que cruza por la vida cabalgando en Rocinantes de ilusión.

 

A Tony, Mecenas, Quijote y trovador por quien estas páginas fueron impresas.

 

Y a ti, amigo mío, que me honras con tu amistad y la recompensa con este trabajo primigenio y único.

 

EL AUTOR

 

 

 

  

JUTICALPA

 

 

Vieja y tranquila ciudad de mis amores

que en tu seno de madre cariñosa,

guardas y velas mis progenitores

con el celo de una hija o de una esposa.

 

Yo de lejos comprendo tus dolores

y escucho tu lamento, quejumbrosa,

cuando a tus hijos llegan los rencores

y odios ajenos a tu vida hermosa.

 

Que el buen Dios de los cielos te bendiga

con unción, y a tus puertas la ventura

llegue y calme tu sed y tu fatiga.

 

Y un día te vea placentera,

Quieta ciudad de amor y de ternura,

Donde yo ví el sol por vez primera.

 

 


EXPLICACIONES NECESARIAS

 

Dice una sentencia, y quien sabe a quien se le ocurrió, que la misión de todo

Hombre sobre la tierra es: Sembrar un árbol, tener un hijo y escribir un libro.

 

No sé si el orden establecido es el correcto, pero la verdad es que yo, ya cumplí con los dos primeros requisitos para figurar entre los hombres cumplidores. El tercero, ha sido y sigue siendo un dolor de cabeza, porque no sé como hacerlo; si fuera tan sencillo como cumplir el segundo, ya tendría una biblioteca.

 

Pero es también cierto, que no hay nada que uno se proponga hacer, que no lo haga, si tiene un poco de paciencia y mucha testarudez, y para testarudo me pinto yo, aunque no tenga mucha paciencia.

 

En comer y rascar, todo es empezar, dice otro refrán (fuentes de sabiduría popular) y hoy, que es una fecha cualquiera del mes de Marzo del año del cometa Halley, he amanecido con ganas de rascarme y ya estoy empezando, para ver que resulta al final.

 

He leído en mi vida una cantidad infinita de libros de toda clase: desde sacros como la Santa Biblia, hasta paganos como Ibis de Vargas Vila y San Cipriano, que habla de brujerías. Y todos ellos algo me dejaron, al menos el concepto de que ningún libro es malo. Esto que estoy tratando de hacer, no es un libro porque no esta sujeto a regla de ninguna clase, por tanto, si acaso puede ser una colección de páginas escritas y encuadernadas.

 

Eso es exactamente lo que quiero hacer: algo distinto que permita al osado lector, entretenerse con la sencillez con que está escrito, sin rebuscamientos literarios, sin observancia de rígidas normas, sin alambicamientos. Quiero que fluya así, tranquilo y sereno como una corriente que baja de la montaña, serpentea en la llanura y se pierde en la espesura de lo desconocido.

 

Hay algo que quiero que lo sepan desde ya. Tengo una indómita costumbre que no puedo dejar de ejercitar: JAMAS CORRIJO LO ESCRITO. No cambio absolutamente nada. No quito ni agrego una letra, ni un signo de puntuación. Como salió de la máquina, así se queda y …punto.

 

Voy a hacer este revoltijo de retazos de dos biografías: la de mi pueblo y la mía, como se me venga a la memoria: como la conciba y mi único trabajo será escribirla. Y ello me produce una enorme satisfacción al remontarme a mi infancia y subsecuentes edades.

 

Al fin y al cabo este remedo de libro, sólo es para ti, amigo a quien lo dedico con íntima devoción freterna, y para los míos.

 

Y cuando lo haya escrito, pegaré un grito que se oirá en toda la dilatada geografía de Olancho, cantaré una canción y como el cisne me dispondré a morir.

 

 

El barrio era quieto, apacible, silencioso, interrumpido en la época veraniega por las estampidas de los burros en celo, corriendo tras la hembra temerosa del asalto; y los rebuznos como clarinadas oyéndose a distancia, en un concierto de notas estridentes.

 

Calles tan llenas de leyendas de espantos por las noches, como polvo en el verano y lodazales en los inviernos. Tosudos paseantes permanentes, de la fauna pueblerina dando vida y colorido y movimiento, a falta de los vehículos motorizados, signos de progreso.

 

A la entrada del pueblo, por el lado de la Conce, algunas gentes esperando las carretas que muy de mañanita entraban por la esquina de doña Eligia, con su cargamento de plátanos y leña de carbón, el combustible único para alimentar los fogones.

 

Por las tardes, circulando por todo el pueblo otras carretas, de cansinos bueyes, arriba y abajo por sus calles vendiendo a domicilio el zacate verdecito como lechuga para el alazán que en su caballeriza tenía el distinguido cabellero, émulo de otras épocas de romanticismo y mas de quijotismo inveterado, que como si fuera un lujoso Cadillac o un Roll-Royce, enjaezaba y en flamante montura cabalgaba y sacaba chispas de sus herraduras, sobre las duras piedras en una loca carrera, de fútil exhibicionismo y muestra de poderío.

 

Amaneceres inolvidables: Bajo la comba de un celo límpido y sereno, en aquellas mañanas estivales, nubes enormes de loros y guaras vocingleras, en una algarabía de sonidos y matices, cruzaban sobre la ciudad rumbo al sur, para regresar a sus nidos al caer la tarde.

 

No habiendo acueducto, el viejo río, entonces de aguas frescas, no contaminadas, era la única fuente y a él acudíamos irremediablemente todos los chigüines cada quien con su burro con botas (cubos de madera) y había quienes conducían hasta cinco y más, para llevar agua a todas las casas.

 

Qué espectáculo mas  soberbio!: Shhhhhh!: Ya vas… se oía gritar al conductor del tren de burros, cuando alguno se desviaba de la ruta, y el animal, obediente y conocedor infalible de su deber, seguía con paso firme y seguro calle arriba para descargar al frente de la casa del cliente, su carga para volver al río.

 

Julia “Cuchía” tenía su empresa de transporte, y por lo menos media docena de burros, surtían de agua a una considerable cantidad de abonados al servicio. Un lempira, doce reales y hasta dos lempiras al mes, era la tarifa.

 

Era mi primer deber matutino, ir al potrero que don Nando tenía al otro lado del río, en Calona, a traer el burro y echar tres viajes de agua para mi casa, antes de ir a la escuela. Y llegaba puntualmente a recibir mis clases con mis pantalones a media pierna, muy bien peinado, uñas y manos limpias para no recibir el reglazo del maestro al hacer la revisión diaria y descalzo, con los dedos gordos casi siempre con una nigua introducida debajo de la uñas. Bolsón de azulón colgando del hombro y el tintero y canutero con plumilla de acero, que en ocaciones servía como arma de ataque o de defensa en la riñas callejeras.

 

Así pasé mis primeros años de escolar en mi pueblo, bajo el alero acogedor de un hogar e donde siempre se le rindió culto al trabajo y a la virtud. Oh, témpora, oh mores!.

 

Mel (a) La Cima, Taviche, Pancho (a) Chapín, Ángel, su hermano Pancho, Ramón, Toño (a), Foiforena, Chango, Baydú (un nombre olvidado) y una parvada de otros inquietos “joyeños” formábamos la legión que metía bulla todas las noches antes de ser llamados a la cama.

 

Por las tardes, en los solares baldíos, limpios siempre, jugábamos a los mables, siendo los objetos de la ganancia o perdida, los ojos de venado y las chatas (de color rojo pálido) cuyas plantas parecen haberse extinguido ya, pues jamás he vuelto a ver una parra de ellas. Con ellos mismos jugábamos al chocolón que era un agujero hecho en la tierra junto a una pared y se ganaba logrando depositar los ojos o las chatas por pares, quien echaba nones, perdía.

 

Otra temporada correspondía a los trompos, que nos torneaba con suprema maestría don Rafael o don Sinforoso; de guayabo, jícaro, naranjo u otro palo duro; aquellos trompos aguantaban severos castigos cuando caían, y los “niques” casi siempre los dejaban totalmente destruidos. Otros juegos igualmente sanos y que nos llenaban de infinita alegría, eran los barriletes, cuando empezaban a soplar las brisas precursoras del invierno, el enchute, el yo-yo y aunque parezca increíble, jugábamos con las niñas: esconde el anillo, el cucumbé, matirine-rero y una serie de juegos infantiles sin que los “viejos” prohibieran a sus hijas nuestra compañía, pues todos éramos muy respetuosos y por nuestras mentes nunca se cruzó un pensamiento obsceno.

 

Y al caer la noche, como no había luz eléctrica, apenas si podíamos jugar hasta las 7 ú 8, hora en que, después de rezar las oraciones de costumbre, íbamos a dormir tranquilamente.

 

Las diabluras eran de toda índole. Ora buscábamos un burro y le amarrábamos en la cola, un mazo de tusas y le metíamos fuego, y era nuestro mayor placer, ver al pobre animal correr desaforadamente tirando coces para desprenderse aquella tea que le quemaba, y nosotros tras de él muertos de risa.

 

Los mayores, hacían la tertulia familiar en la cera de las casa, para comentar el acontecer diario, generalmente sobre los trabajos de cada quien, sus proyectos, sus metas.

 

La juventud, reunida en el parque FLORES, aprovechaba la salida furtiva de la novia para cruzarse un par de palabras y, si tenía mucha suerte, darle un apretón de manos, como testimonio de amor, amor platónico, como siempre fueron aquellos castos quereres.

 

Ocasionalmente, hacíamos guerras con los muchachos de otro barrio, generalmente con los del barrio Belén, con quienes manteníamos una acre antipatía. Varas, garrotes y piedras eran las armas, y si alguien caía prisionero, era objeto de múltiples vejámenes.

 

Los baños en la poza llamada La Gorda, por una piedra que en medio del río, tenía a su alrededor una profundidad de unos dos metros, a la que acudían todos los hombres, jóvenes y viejos que sin miramiento alguno, sin pesquisas ni reservas nos bañábamos en traje de Adán. Otra poza era de la “Pancho”, muy abajo del paso Chacón y mas abajo, La Poza Helada y la Penitenciaría.

 

Era un pueblo feliz dentro de su miseria, vista ésta desde el ángulo moderno de los avances tecnológicos. Aquel atraso material, que como cortina cubría los ojos y no dejaba ver más allá del límite natural de las cosas, no impedía, sin embargo, disfrutar a gusto y antojo de las escasísimas oportunidades que el ambiente presentaba en épocas especiales, como la Semana Santa, el 15 de Septiembre y la función dicembrina.

 

Añoro aquellos días de mi pueblo! Cuánto respeto para todo  y para todos!

Qué elevado nivel moral en costumbres y actitudes humanas! Qué honestidad en hombres y mujeres! Qué metas tan elevadas que se perseguían!

 

El diario espectáculo ofrecido siempre a la vista de propios y extraños, lo constituía el deambular por todas partes de animales callejeros, (resabio que aún subsiste como para no olvidar nuestro ancestro); la carreta chillona, el rebuzno del burro, el ladrido del perro, el croar de la rana, el canto del gallo y el cacarear de la gallina, el grito del mozalbete, el regaño de la abuela, el toque a la puerta de la trucha para comprar materiales del diario yantar, siempre llevados en un guacal o un viejo trasto de cocina.

 

Las plagas sinnúmero de toda clase de bichos e insectos: zancudos, moscas, tábanos, cucurachas, niguas, etc., sin el aliciente de un insecticida y usando humazos en vez de fly-tox; chinches en las camas de madera y forradas con cuero de vaca, tostándolas periódicamente con agua caliente.

 

Pareciera que estoy practicando masoquismo al revivir aquellos tiempos de mi pueblo; tú puedes, amigo mío, a quien dedico estás páginas, pensar lo que tú quieras. Hago una radiografía de mi pueblo, para que veas y sepas lo que era, y analices que en ciertos aspectos, muy poco hemos avanzado y en otros muy importantes hemos descendido, que no retrocedido. Mi pueblo era así, oscuro pero notable, sencillo pero cordial, tinieblas por fuera y mucha luz por dentro.

 

Aquella escuela de solo cinco años, que lanzaba a la sociedad muchachos tan bien preparados. Y es que aquellos maestros llevaban un alma de tales y aunque aplicando castigos corporales, supieron formar generaciones útiles a su pueblo y a la patria.

 

Cuánto aprendimos de aquellos maestros! Al regresar del quinto grado, podría decirse que jugábamos con los números. Problemas  con números quebrados, complejos, etc. Eran para nosotros, un placer resolverlos y hasta hacíamos apuesta a quien lo hacía primero. La Regla de Tres y Compuesto, Regla de Compañía, de aligación o mezcla, nos eran todas conocidas; una magnífica ortografía y buena letra, gracias a los ejercicios caligráficos del sistema Palmer, con plumilla (no se conocían los bolígrafos de hoy); las biografías completas de todos los grandes hombres de América, especialmente los hondureños y desde Washington y Lincoln de los Estados Unidos, hasta Sucre y O’Higgins en la América del sur, pasando por Martí en el Caribe. Los ríos, montañas y valles, volcanes, fumarolas y aguas termales. Una enciclopedia completa era el muchacho al salir de la primaria. Y esto aparte de su formación moral. Los sábados recibíamos clases de Moral y Cívica y sabíamos respetar los símbolos nacionales, con los cuales hoy se hace befa. Urbanidad en todo y naturalmente, teníamos que comportarnos bien en todas partes, porque los padres y maestros “confabulados”, le seguían a uno la pista por doquier, y quien se apartaba de la línea, ya sabía lo que le esperaba en la casa y en la escuela.

 

Benditos aquellos tiempos! Como los añoro! Y mi pueblo, como estaba conformado? Pues en siete barrios, a saber: El Centro, Jesús, La Hoya, Calona, Las Flores, Belén y El Portillo, idénticos en su fisonomía, con sus calles en su mayoría empedradas, muy parejas; sus casas la mayor parte de bajareque, con sus tejados rojos y sus puertas con el tradicional poztigo, para no abrir la puerta y tener acceso y ver a la calle; los solares llenos de árboles frutales. Abundaban los naranjos, guayabos, mangos y hasta pequeños guineales con enormes racimos que maduros se vendían a dos por un centavo. Doña Chila mantenía siempre en el barrio La Hoya, un montón de gruesas varas colgadas de las vigas, con guineos en distintos estados de madurez, y quién se comía ni cuatro de aquellos que parecían plátanos de grandes!

 

Pero pasemos adelante en este revoltijo y voy a dar paso a “mi personaje” que ya egresó de la primaria y que para ir al colegio tuvo que llorar, porque don Nando quería que fuera zapatero y al efecto fue llevado a un taller al que no quiso volver porque se empecinó en que él tenía que entrar al colegio y al fin lo logró.

 

Así fui a La Fraternidad, queridos amigos, y en aquel tiempo no se pagaba nada, nada absolutamente nada. No había ni siquiera uniforme para los alumnos. Qué pléyades de catedráticos impartían enseñanza: La mayor parte, por no decir, casi todos, hoy duermen en el seno del señor, y sus almas moran con ÉL, porque a su paso por la vida terrenal dejaron una estrella brillante de honestidad y filantropía, cuyo premio es la gloria eterna.

 

Don Chepe Sarmiento Ávila, Fernando Figueroa Rivas, Juan Cálix Palma, Zacarías Álvarez González, Jacobo Murillo Lara, Dominga de Padilla, Domingo Bustamante Rosales, Froilán Castellanos Mejía, Ulises Miralda Oviedo, Ismael Zapata Cálix, Trina Casco Palma, Vicente García Rivera, Aura Esperanza Cálix Aguilar, Cornelio Alvarado, Guillermo Solórzano, Pablo Ernesto Ayes Rojas y su hermano Edgardo, Carlos de J. Breve, Guillermina Guifarro Henríquez, Antonio Banegas Aguilar, Carlos Muñoz, Francisco Bertrand Alvarado, Santiago Montes A., Eudoro Meza, (a) Popoyo, Carlos Ulises Cruz, Víctor Martínez y Martín Reyes, militares que nos dieron clases de Instrucción Militar en el viejo cuartel a las 5 de la mañana, a la hora en que Colacho tocaba la diana.

 

Una genuina constelación de ilustres que con amor y dedicación verdaderos, se entregaron a la noble tarea de formarnos integralmente. Para ellos sea el honor y la gloria! Benditos sean todos mis maestros.

 

Hoy, a través de una distancia que mido en unidades de respeto, admiración y cariño los hallo como gigantes, como dioses olímpicos en el Parnaso Olanchano.

 

Pero seguramente que tú, amigo mío, quieres saber algo sobre el origen de mi pueblo. Pues voy a decirte lo que yo sé. Algunos le adjudican la paternidad, o sea su fundación, a un tal Alonso de Ortiz, quién con 60 paisanos iberos le dio por establecerse en estas vírgenes tierras; otros dicen que allá por 1764 ya se conocía un centro con el nombre actual de mi pueblo. Pero un siglo antes de este año, en 1611, dice la historia –vieja a veces mentirosa que ocurrió la catástrofe del Boquerón, volcán que destruyó la Villa de San Jorge de Olancho, fundada por Jorge de Alvarado, hermano del fundador de San Pedro Sula, el conquistador Pedro de Alvarado.

 

No hay evidencias de que haya sido un volcán el que haya destruido la villa de San Jorge de Olancho; lo que sí es absolutamente cierto es que la villa sí existió, pues sus ruinas están sepultadas y a muy escasa profundidad, al lado sur de la actual aldea de El Boquerón, al otro lado de la carretera que conduce a Catacamas.

 

Infinidad de buscadores de cosas antiguas han encontrado en esas ruinas, objetos de barro y piedra y hasta porciones de calles empedradas. Al quedar sin hogar los sobrevivientes de la catástrofe, se dividieron en dos grupos: uno se encamino al oeste y se afincó en un lugar muy cercano al que hoy ocupa mi pueblo, y sería su origen, que se remota por tanto aquel año de 1611.

 

La otra mitad de los sobrevivientes, tomaron rumbo norte, al actual departamento de Yoro, y se establecieron en la margen derecha del río Uchapa, afluente de: Aguán o Romano, dándole el nombre al poblado, de Olanchito, en honor al lugar del cual procedían.

Esta versión es la más ajustada a la realidad y la más aceptada por los historiadores; de manera que mi pueblo y Olanchito, son hermanos.

 

En Olancho, hay una infinidad de nombres de poblados: ciudades, pueblos y aldeas, que son de origen indígena, especialmente de dialectos mejicanos, influencia traída por los mayas al emigrar de Méjico hacia América Central y su definitivo establecimiento en Copán.

 

Así, el nombre de mi pueblo es voz indígena que se compone de tres elementos: jute que, como todos sabemos, es un caracol diminuto que vive en los ríos; calli que significa, casa o lugar, y el sufijo pan que quiere decir: en.

 

Así pues, el nombre de mi pueblo natal……JUTICALPA, significa: en la casa de los caracolillos. Estamos?

 

Y de aquel rústico poblado, que cada día se hacía más grande por lo natural reproducción de sus habitantes, un 3 de Diciembre de 1820, un año antes de nuestra independencia, se proclamó el decreto, acuerdo o disposición gubernamental de que en lo sucesivo, aquel poblado sería pueblo, ceremonia que presidió el sub-delegado intendente don Joaquín Tomé, jefe político subalterno del partido de Olancho (sabías tú, amigo mío, que antes de la primera división político-territorial de Honduras, a los que hoy conocemos como departamentos se les llamaba Partidos?)

 

Y siguiendo el curso de la historia de mi pueblo, que ahora sí ya saben que es JUTICALPA, voy a decirles que 15 años mas tardes, se le concedió el título de ciudad, un 16 de Junio de 1835 y que después de 30 años (duplo de 15) en 1865 se le otorgó el privilegio de ser la cabecera del departamento, precisamente un 12 de Agosto.

 

Mi pueblo pues, mi querida Juticalpa, es ciudad desde hace ya siglo y medio –sesquicentenario que pasó casi desapercibido por sus habitantes y apenas La Fraternidad y unos pocos “quijotes”, como el autor de estas líneas participaron, pero el señor Alcalde de la época, que lo era mi querido amigo de la infancia Br. Juan Antonio Zambrano, mandó a construir un monumento conmemorativo a la entrada del boulevard. Que Dios y la Patria se la pague.

 

Y hablando de la cabecera de Olancho, sabías tú, mi amigo, que antes estuvo en Silca y en Manto, y que esta última fue incendiada por las Hordas del Medinon? Aquel mal hondureño, a su paso por la primera magistratura del Estado, dejó en Olancho una negra historia de salvajismo y crueldad en grado máximo, al haber asolado este departamento en la guerra de la Horcancina, en la que perecieron unos 800 olanchanos, la mayoría de ellos ahorcados con bejucos y los demás fusilados, aparte de más de 600 familias que tuvieron que emigrar huyendo de la barbarie de Medina, quién pago sus crímenes con su fusilamiento en Santa Rosa de Copán, con la intervención decisiva de un olanchano ilustre: el Gral. Manuel Bonilla.

 

Yo bien quisiera seguirte hablando de muchos hechos históricos de este pueblo. Son muchos y desgraciadamente, no hay siquiera una monografía histórica que los relate y conozcan los olanchanos y hondureños en general. Nuestra historia olanchana está cuajada de esos hechos.

 

Brillan como centauros legendarios, hombres de una estirpe guerrera, indómitos, bravos y leales. Hombres que no se sometieron al yugo y por eso se sublevaron. Y aquí está la raíz histórica de aquello de OLANCHO, REPUBLICA LIBRE. Así lo relata William V. Wells en su libro Exploraciones y Aventuras en Honduras, escrito en 1857, habiendo venido a Olancho en 1854 siendo presidente de la república el Gral. Cabañas, quién aconsejó por varias veces al gringo que no viniera a Olancho, porque no podía garantizarle su vida, ya que los olanchanos eran gente aparte, que ni el gobierno se metía con ellos. No obstante, Wells venía desde California, expresamente a conocer las minas de oro de Olancho, y lógicamente, su posible explotación de parte de algún consorcio norteamericano; sin embargo, el propio Wells pudo darse cuenta al solo entrar a Olancho por Campamento, de la enorme diferencia, después de haber pasado por Talanga y Guaymaca en donde no pudo encontrar ni una tortilla ni un pedazo de tazajo para mitigar el hambre que lo acicateaba.

 

En Olancho encontró abundancia de comida y una naturaleza tan pródiga en todo, que aquel ilustre visitante quedó maravillado y describe con lujo de detalles en 12 capítulos (del X al XXII) todo lo que vio, oyó e hizo en su corta permanencia en este departamento que recorrió y analizó con acuciosidad de hombre conocedor de mucha ciencia.

 

Hechos notables en la historia de esta patria chica, después de la fundación de su cabecera, están, por ejemplo, la capitulación de las vueltas del Ocote, en el camino de San Francisco de la Paz, hasta donde tuvo que venir el Gral. Morazán a pacificar a los olanchanos sublevados contra el Gobierno por vejámenes cometidos por (éste), según sus proclamas, hecho sucedido el 21 de Enero de 1830.

 

Otros tan desconocidos por la casi totalidad de los olanchanos, como aquel suceso trágico protagonizado por el comandante Ruiz Torres, en el que pereció cobardemente asesinado un agente de la compañía Singer, cuyo cadáver fue arrastrado y llevado al parque en donde permaneció por varias horas y sin que nadie osara hacer algo por temor al iracundo Comandante, que como un energúmeno recorría las calles de la ciudad. Esa misma noche fue muerto también Melchor Fornells, a la sazón funcionario del gobierno, con quién mantenía una vieja rencilla el Sr. Ruiz Torres. A punto de perecer también don Chepe Sarmiento, quién fué encarcelado y quién hubiese sido fusilado por orden del Comandante, a no haber sido por la acción valiente de un grupo de ciudadanos dirigidos por don Chico Lino, hermano del cautivo, habiendo sido liberado. Y por último la huida de Ruíz Torres perseguido de cerca por un pueblo enfurecido y perdiéndose en la llanura olanchana rumbo al sur. 

 

Hechos históricos que nutren nuestra nacionalidad olanchana, desgraciadamente ignorados, porque no los enseñan en las escuelas, porque los maestros también los desconocen, y en nuestros institutos, la mayoría de los catedráticos, no siendo olanchanos, no saben nada de nuestra historia y tampoco les interesa.

 

Toca pues a nosotros, mantener viva la llama y por eso, en este revoltijo, habrán de aparecer, en una mezcla de relato histórico y folklorismo criollo.

 

Aquella otra ocasión en que Salamanca, de origen colombiano y también Comandante y Gobernador, citó a los pudientes olanchanos, para que presentaran su colaboración en el transporte de la verja para el parque FLORES que estaba en Tegucigalpa y que había sido donada por el Presidente Bonilla (Manuel), hijo legítimo de Juticalpa.

 

Con la pichicatez tradicional y peculiar de los ricos olanchanos (y casi todos lo son), cuando ante el requerimiento de Salamanca de que en qué forma iban a cooperar para lograr el objetivo, respondieron en forma muy mezquina, y aquel tipo, que sabía imponerse cuando la ocasión lo ameritaba, dando un golpe en su escritorio y con cara de pocos amigos, ordenó a su Secretario que tomara nota, y uno a uno fue dando órdenes de lo que debía aportar , ya que en dinero o en mulas y personal de arrieros, para traer la verja. Y así llegó a Juticalpa el montón de lances de la verja que por muchos años se conservó intacta con sus lanzas y faroles en esquinas y puertas, de todo lo cual solo han quedado los postes como mudos testigos de un  ayer luminoso, antes iluminado por aquellos faroles de gas común, encendidos noche a noche a las 6 por el farolero municipal.

 

Aquel otro escenificado por Serapio Romero, (a) Cinchinero, héroe legendario olanchano que es nuestro Pancho Villa, cuando atacó y se tomó la plaza de Juticalpa el 9 de julio de 1868, siendo mayor de plaza Nasario Garay con quién se batió a machete Cinchonero, en una lucha de titanes cuerpo a cuerpo, en el recinto del cuartel, en medio de un círculo formado por soldados insurrectos y a la luz morcina de los ochones de ocote, combate en el cual Garay fue decapitado por Cinchonero y habiendo quedado éste en poder de esta plaza de Juticalpa por once días.

 

Cinchonero hizo huir al comandante Gral. Pedro Fernández, hombre que al servicio del Gobierno de Medina, había cometido muchas tropelías en la ciudadanía y por lo tanto, era non grato para los olanchanos. Cinchonero hizo bajar de las picas en que estaban, las cabezas de Antúnez y Zavala, en el Cerro El Vigía, puestas allí por el Gral. Fernández, les dio sepultura previos los honores de ordenanza correspondiente a su grado de coroneles y con los oficios religiosos del padre Rafael Becerra, obligado por el faccioso.

 

La captura del Gral. Manuel Bonilla en Guacoca en 1892, suceso del cual y por poco le cuesta la vida, y Honduras no habría recibido los beneficios que más tarde le brindara este perínclito olanchano.

 

Puedo contarte, amigo mío, para quien han sido escritas estas páginas, de tantas y tantas cosas bonitas, interesantes, pero que como carga inútil, se ha arrojado lejos y hoy los olanchanos, están ayunos de su propia historia, de sus grandes valores, y por eso nos hemos convertido en un pueblo, apático, inerte a estas inquietudes, mientras la juventud se desliza irremediablemente por la pendiente de los vicios y la degradación más espantosa.

 

Desde los años primeros de mi vida, se me grabaron en mi retina y en mi memoria, las estampas de grandes personajes que en nuestro folklore, son notas sonoras en el pentagrama de mi barrio, que con crescendos y toda la gama de tonalidades, formaron siempre el concierto de un pueblo alegre y decidor, optimista y bien entretenido. Este deambulaba diariamente por las calles, como un bohemio, lleno de fallidas ilusiones y con su fardo de rotos ideales, buscando el “néctar divino de los dioses” y bajo sus efectos enervantes, se ponía a declamar bellos poemas de Rubén Darío, a cambio de un trago de guaro.

 

Diminuto, fino, debió haber sido hijo de gente adinerada por los restos que aun dejaba apreciar, de su cultura.

Luis se llamaba aquel “ilustre” ciudadano.

 

Y aquella otra que con su vista perdida en el infinito, se reía siempre, y con una carita dulce, no inspiraba lastima, sino ternura porque jamás de su boca salió una frase que no que no estuviese dentro de la moral. Aceptaba cualquier cosa que le los buenos vecinos le daban, y contestaba muy cortés todas las preguntas que se le hacían, lógicamente eran respuestas disparatadas como las que da todo orate. Sus pies menudos andaban al aire libre y sus ropas hechas girones. Aquella alma, no cabe duda, que Dios la tiene en su seno, y como coincidencia, su nombre era el femenino del primer aquí descrito: Luisa y se le llamaba por el diminutivo de Luisita.

Rafael era pacífico, aunque con la razón siempre perdida. Fue un carpintero rústico en su aldea nativa; cargaba siempre en su mochila de trashumante sin rumbo, algunos aperos del oficio, los mismos él los fabricaba. Y aún en su mundo irreal, recuerdo bien que hacía “cubos” para albardas de cuero crudo, es decir, estribos, los que tallaba muy bien y tenían un aspecto de fino acabado que merecían la preferencia de los ganaderos quienes se los compraban.

 

Rafael tenía dos grandes fobias: los perros y el tabaco. Si encontraba a alguien fumando, de inmediato lo rechazaba e insultaba, diciéndole que era hechicero (se decía que la locura se la habían provocado en un cigarro). A los perros los ahuyentaba con su machete que portaba y en no pocas ocasiones se vió en serios aprietos asediado por una manada de ellos, que trataban de morderlo y él se defendía con agilidad gatuna. Cuántas bromas pesadas le hice a don Rafael: y mientras yo me moría de risa al verlo tan exaltado por la cólera, él me decía: “negro….sangre de burro”.

 

De alguna manera, se agenciaba algunos centavos que nunca los guardaba en las bolsas de su pantalón, sino que los envolvía en un pañuelo de chillantes colores y aquel nudo de monedas, lo amarraba a la faja de su pantalón por dentro, y daba una fea impresión al observarle aquel bojote que casi le impedía caminar normalmente. Pero lo chistoso del caso era cuando llegaba a alguna trucha a comprar algo para comer, y para pagar se disponía a sacar el bojote; luego, luego, la truchera le decía: “no Rafael…no me debés nada…andate”, y él feliz se marchaba comiéndose lo solicitado y con una franca sonrisa de satisfacción, como si su mente estuviera cabal y lo hecho fuera producto de un chantaje. Sabe Dios…!

 

Este otro, no era loco, pero sí un íntimo amigo o mejor dicho, un fiel devoto de Baco. Y bajo efecto del licor, bramaba igualito que un toro, y sus bramidos se oían muchas cuadras a la redonda. Era… el PADRON de las Torres…! Y los corillos de la eterna legión que a través de todos los tiempos, disipan, no el ocio, sino todo el tiempo en los lugares que son de obligadas citas diarias. Allí entre humos de leña verde ardiendo en el fogón que cuece la gallina, que en las noches de velorios, generalmente provenía de la casa de cualquier vecino, y entre otros humos invisibles subiendo por la cabeza de los sedientos parroquianos, el chiste mordaz cruel, como aguijón clavado sin misericordia en alguno de los asistentes.

 

Una pléyade de insignes holgazanes bebedores: Chico cura, Vibio, Monchito e Chica, Chito y otros más, de los cuales solo éste último sigue arrastrando la dura carga de la vida.

 

Ahora, el Gobierno sostiene los Jardines de Niños. No se crea que antaño no los había. Claro que sí, pero eran privados y a cargo de verdaderas maestras sin título docente, pero con alma de educadores que iniciaban al niño en los senderos de las letras y moldeaban su espíritu con las sublimes enseñanzas cristianas contenidas en el Catecismo de Ripalda.

 

En mi barrio, Rosita y Fita Cubas, Chepita García, a quienes el magisterio olanchano debería honrar post-mortem, porque formaron no en una, sino muchas generaciones de olanchanos que hoy son profesionales dignos y útiles a la patria.

 

De 4 o 5 años de edad, asistí a la “escuelita” de las señoritas Cubas. Llevaba un taburetito y durante las clases, mientras la maestra enseñaba a otros niños, yo me quedaba dormido y entonces me despachaban a casa. Fue dulce mi infancia, dulce digo mi infancia, dulce digo, porque me cobijaba un hogar dichoso, libre de penurias y sin mayores problemas de otra índole.

 

No usé zapatos hasta que fui al colegio y no supe de trajes costosos, ni lujos de ninguna clase, a pesar de que bien pudieron habérmelo dado, pero en aquellos tiempos, otras eran las ideas en relación con los hijos, y se les formaba diferente a como se hace hoy. 

 

Deberes específicos a cada hijo, ciega obediencia a los cánones familiares y respeto absoluto a todo y a todos.

 

Nunca me gustó la agricultura, pero tenía que ir con mi hermano mayor Antonio, en la época de verano, a aguar las vacas de ordeño al río, montado en pelo en un viejo caballo, más manso que el jinete y con paso de mastodonte.

 

Una tarde, mientras estábamos en la clase de Trabajo Agrícola, en la Manuel Bonilla, con remedos de machetes escarbando el arriate para sembrar repollos, cebollas, rábanos y que se yo, Juan, mi amigo del alma, me grita: “Vito…atajáme la buja…”. Decirlo y ponerle un terronazo en la “trompa” fue uno solo. Y el labio se le hinchó de inmediato, quedando el gritón en una lamentable estado, colgándole como belfo.

 

Con este mismo Juan, compartimos niñez, adolescencia y parte de nuestra juventud, hasta que se trasladó a Tegucigalpa a seguir estudios en el Instituto San Miguel.

 

Quiero contarles como ingresó a esta ciudad un caluroso día de un mes del año del señor 1934. A falta de buenas carreteras y pistas de aterrizaje, los polvorientos caminos se andaban a lomo de mula. Cual un nuevo Sancho Panza cabalgando detrás del Quijote, sobre unas cargas venía encaramado un chigüín de unos 9 años. Como sobornal, ya que no hubo para él otra bestia con lujosa montura y bien enjaezada para hacerlo aparecer como Príncipe monaguesco.

 

Así vino Juan a Juticalpa, con procedencia de El Paraíso, después de atravesar Azacualpa.

 

Desde entonces somos amigos; su casa era la mía y viceversa. Juntos jugábamos de niños, juntos recorrimos los jardines del ensueño en nuestra juventud, juntos fuimos al colegio y casi al mismo tiempo, con resignada humildad doblamos la cerviz para que se nos impusiera el dulce yugo del matrimonio.

 

Aquellas vidas paralelas se bifurcaron después, y nos perdimos cada quién en un mundo distinto. Rodamos por la Costa Norte. Fuimos mozos de los “gringos” en la Standard (yo lo fui también en la United Fruit) y quiso el destino volver a juntarnos en esta Juticalpa querida para no salir nunca más.

 

 

Fuimos con Juan, dos veces a Jamastrán, El Paraíso y en la última ocasión, viniendo de regreso, recuerdo bien que dispusimos almorzar en el río Seale en donde, dejamos abandonada la comida que nos sobró y que se nos sirvió para la jornada, seguros de que al llegar a Azacualpa, compraríamos una buena cena.

 

Juan me indicó que nos hospedaríamos en la casa de un señor ya conocido por él, pero yo le dije que era mejor hospedarnos en la casa de un buen amigo de mi padre, hombre de alguna comodidad, a quien se le trataba muy bien cuando venía a hospedarse a su casa.

 

Seguro de muchas atenciones, llegamos a la casa que yo indiqué. Nos acogieron con frialdad y apenas nos indicaron, a una pregunta nuestra, donde encerrar las bestias. Llegamos cuando la noche caía y ya el hambre nos atenaceaba. Le pedimos a una señora (seguramente la compañera de hogar del dueño, don Felipe), que nos vendiera algo de comer y nos contesta con un seco:”no hay nada que darles”. La noche estaba ya encima y no quisimos ir a buscar a otra parte porque en el lugar, las casas estaban distanciadas unas de otras. Le pedimos que nos vendiera siquiera una taza de café y nos respondió lo mismo. Sabe Dios como nos sentimos! Llego la hora de dormir y a Juan le ofrecieron Hamaca en un cuartucho y a mi, me cedieron una cama, estilo antiguo, forrada con cuero de res que parecía un tambor de templado, sin un pelo. No traíamos nada y tuvimos que acostarnos tal como veníamos, a penas zafándonos los zapatos. Para mi desgracia, me echaron dos chigüines caretos y panzones, a dormir conmigo y uno de ellos se dio tal orinada a la media noche, que me ensopó todito y tuve que levantarme a torcer la camisa y volver a usarla.

 

Muy temprano, como a las 4 de la mañana, nos levantamos, fuimos a traer las bestias al potrero, las ensillamos y sin decir adiós salimos de aquella casa.

 

Antes de empezar a subir la montaña que queda al pie de la aldea y que tiene como dos leguas para arriba, nos bajamos a lavarnos las manos y la cara y enjuagarnos la boca en una quebradita de rumorosas aguas que estaban muy frescas a esa hora. De Jamastrán, habíamos traído un cuarto de litro de guaro y dispusimos con Juan, tomarlo antes de empezar a subir la cuesta. Así lo hicimos y en ayunas lo ingerimos.

 

Era lógico que un octavo de guaro en aquellas circunstancias debía surtir efectos inmediatos. Juan iba adelante y yo le seguía a poca distancia. Íbamos felices cantando canciones rancheras y haciendo bromas y recuerdos de las dulcineas; no me daba cuenta que, la montura en que iba montado, no habiéndola socado lo suficiente a la barriga de la bestia, se iba resbalando poco a poco, hasta que en un momento no esperado, con sorpresa vi que el lomo de la bestia era largo, muy largo y que iba montado ya en las ancas del animal. Me asusté y grite a Juan, pero no pude terminar el grito y cataplún, caí sobre una ladera zacatalosa muy empinada, y dando vuelta y vuelta fui a parar como unos diez metros abajo. Yo llevaba una escopeta y al caer no supe en donde cayó. Desde allá abajo gritaba a Juan y aquel, siendo oscuro todavía no atinaba a saber en donde diablos estaba, hasta que por fin, muerto de risa y yo muy arrecho, nos encontramos.

 

Buscamos el sombrero, la escopeta, la montura, la bestia, la ensillamos nuevamente y seguimos la marcha haciendo chistes del suceso.

 

Pasamos ya por la tarde por Cayo Blanco y en el trayecto a esta ciudad, a un lado del camino divisamos una bandada de monos que chillaban encaramados en las altas copas de unos árboles corpulentos. Dispusimos ensayar puntería con la escopeta No. 12 y ambos disparamos, matando uno de ellos que quedó colgado del rabo y heridos otros con las nubes de perdigones que les recetamos. Daba lástima después, ver aquellos animalitos revueltos y endiablados, dejando caer una lluvia de orines que nos hizo salir a la carrera de aquel lugar. Al fin llegamos a esta ciudad ya entrada la tarde. Su recuerdo aún perdura y es parte que llevo en mi mochila de viajero.

 

En este revoltijo, surgen espontáneos los recuerdos. Mi mente es como una pantalla, en la cual estoy proyectando el filme que recoge la mayoría de los actos de mi vida. Algunos de ellos, me causan asco y hasta despiertan un sentimiento de retenida angustia; pero mi nivel moral y espiritual de hoy, minimizan todas aquellas cosas que ya no constituyen lastre en mi vida presente y, me sirven de acicate para analizar estas situaciones.

 

Hay cosas bellas que me producen una agradable y dulce paz espiritual. Un poco de aquí, otro poco de allá, de mi pueblo y de mí mismo, van entretejiendo una alfombra por la que haré desfilar a mis mejores amigos, para que entren a presenciar “mi película y la de mi pueblo” en el amplio sagrario de mi corazón. Solamente les ruego que entren, como lo hacen los orientales al llegar a una casa….descalzos para que no me lo dañen. Por él pueden andar y hasta correr, hallarán cosas sublimes, luz por doquier, aromas y lindos colores y una música de ángeles celestiales, en un coro cuyo Director es el SEÑOR.

 

Quieren saber como fué mi primer día de Colegio? O.K. vamos allá…..Corría un día del mes de Febrero de 1937, y como joven provinciano, llevaba todos mis libros bajo el brazo. Cohibido y como pollo comprado (argot olanchano) admiraba el viejo caserón de la Fraternidad. Vale la pena decir, que este local perteneció a la familia Turcios de la que provenía Froilán, el inmenso poeta que recorrió el mundo, llevando muy en alto el lábaro de la intelectualidad olanchana.

 

Después paso a manos de la familia Bonilla, de la que era don Manuel y la Niña Trina y Chepita quienes le cedieron a la municipalidad, con el único requisito de que sería dedicado siempre, a la enseñanza.     

 

Recuerdo que al entrar había  ya una regular cantidad de alumnos de otros cursos, y uno de ellos se me acercó, y tomando uno de mis libros escogiendo el de inglés, cuyo autor era F.T.D., al abrirlo se quedó viendo la primera lámina a colores que tenía y en la cual se apreciaba, una niña con un perro y un aro. Con aires de erudito, leyó y dijo en un inglés que ni yo: “The girl with her dog and her hoop”, pero para mí aquel compañero sabía tanto inglés como Shakespeare, si jamás había oído una sola palabra en idioma extranjero alguno. En Juticalpa, en aquel tiempo, ver siquiera a un “gringo”, era una verdadera novedad. No sé porque no venían. Ver a un garífuna, aún mas raro y el primero que osó venir, por poco lo linchan los muchachos que corrían tras él como si fuera un animal absolutamente raro. El problema muchacho, medio loco, corrió como pudo y más veloz que una bala se les escabulló, pero luego lió sus maletas porque el ambiente no le era propicio. Pero vamos a dejar para más adelante otros aspectos relacionados con este tema y sigamos con mi primer día de colegio.

 

El viejo tamarindo, sobre el cual he escrito algo, plantado en el patio solariego, era y sigue siendo el centinela del prestigio de La Fraternidad, aunque éste esté ahora en Calona.

 

Froilán encaramado en él escribió sus primeros versos y de sus ramas se balancearon en 1868, muchos cadáveres de olanchanos colgados, por los esbirros de Medinón.

 

Un pedazo de gimnasio, entre el local y el tamarindo, nos dio tantos ratos de entretenimiento. Una barra fija, un par de argollas, una barra colgante, un columpio y un balacín, era todo. Pero en aquella barra fija hacíamos tantas piruetas con los llamados “molinetes”, dando vueltas y más vueltas dos estudiantes en direcciones contrarias, a riesgo de chocar con las cabezas, o sostenidos en los brazos y con la barra en la espalda, dar vueltas hacia adelante y hacia atrás. Félix, era campeón en este ejercicio.

 

No  nos permitían subir al tamarindo; lo respetábamos tanto. Y pensar que unos años más tarde, un Gobernador Político, atendiendo “órdenes superiores” intentó botar el tamarindo, y al efecto mandó una cuadrilla de hacheros al mando de un inspector, quien al llegar a La Fraternidad y exponer al Director el motivo de su visita, se llevo la más grande de las sorpresas, cuando aquel ciudadano integérrimo como lo fue don Chepe Sarmiento, con voz tonante y lleno de santa ira, les dijo: “Y saben Uds. Lo que significa para Juticalpa y para Olancho ese árbol de tamarindo?”.

 

“Pero si Uds. Vienen cumpliendo órdenes de su jefe, entren a botarlo, pero antes acaben conmigo y pasen sobre mi cadáver”. Y diciendo esto se colocó en medio de la puerta de acceso al edificio. Ante aquella actitud de verdadero hombre, y siendo como era don José, un hombre respetado y querido, no solo por ser el Director de La Fraternidad, sino porque su capacidad académica, su cultura, su don de gente, su conducta acrisolada, le hacían merecedor de una consideración muy especial, y, quién iba a osar estar en su contra?

 

Se marcharon los hacheros y se salvó el viejo tamarindo, de la insensatez de un funcionario público, obediente y sumiso. Y será bueno que Uds. Sepan por qué se dió la “orden superior” de botar todos los árboles en Juticalpa. Según los criterios de los mandones de turno, era muy peligroso para la paz de la República aquellos árboles creciendo en los solares de la ciudad. Desde sus copas, los enemigos del Gobierno podían tirotear los aviones de guerra y bajarlos. El comentario te lo dejo a ti, querido amigo.

 

Aquellos años vividos bajo el alero protector de La Fraternidad, y voy a recordar a mis compañeros con quienes alcancé el título de Maestro de Educación Primaria Urbana: Carlos Banegas Aguilar, siguió estudios de Abogacía, murió hace ya muchos años; Ricardo González Fajardo, vive en  los Estados Unidos desde hace muchísimos años; Hernán Artica, lo mismo; Juan Ramón Durón, de San Francisco de la Paz, es abogado y actualmente reside en Puerto Cortés; José Antonio Rodríguez, vive en Tela; Félix Herrera, trágicamente fallecido hace mucho tiempo; Modesto Meza Mejía, a quien admiro tanto y quiero, porque es ejemplo de tesón, de férrea voluntad a triunfar. Modesto vino de San Francisco de la Paz, y hasta su graduación fue el Conserje del Colegio. El día en que se graduó derramo lágrimas, nacidas del fondo de su corazón, al haber alcanzado la meta. Hoy es hombre feliz, con una familia numerosa a la que ha sabido educar y dar una educación superior. Mis inolvidables compañeras: Dora Ferrera Muñoz, hoy viuda de Alemán, de una larga trayectoria docente, ahora en esta ciudad de Juticalpa, rumiando recuerdos y dedicada a la vida privada con hijos y nietos; Geraldina Muñoz Zelaya, guapa muchacha, hoy esposa del Dr. Manuel Pereira Cálix y vive en Comayagua, desde su matrimonio; Martha Bonilla, ahora reside en Juticalpa, después de lagos años de docencia en la capital y Lydia E. Nasser, esposa del industrial Zacarías Bendeck, dama distinguida de la sociedad capitalina. Su recuerdo lo llevo permanente en mí y espero que al leer estos renglones, vivan, como yo estoy viviendo al escribirlos, aquellos años en La Fraternidad que no podemos olvidar.

 

Y con ellos, el recuerdo de aquellos preclaros maestros, mencionados ya en estas páginas. Juventud divino tesoro, te vas para no volver! Y que decir de los bailes estudiantiles de aquella época? Eran muy diferentes a los d ahora. No había luz eléctrica y por lo mismo, la iluminación del salón se hacía con Don Mingo Mayorquín, don Chico Lino Sarmiento y la Niña Duvis Fernández.

 

El arreglo del salón en su parte de decoración correspondía a las compañeras. Nosotros éramos los encargados de la luz, sillas, marimba y todos, desde luego, conseguir los permisos de los viejos para asistir a la fiesta, y unos pocos centavos. Yo conseguía un lempira o doce reales y como no tenía en qué gastarlos, pues apenas compraba unas cajitas de chiclets, me sobraba dinero al día siguiente.

 

Gozábamos sanamente, con bailes cadenciosos y ritmos de alto corte romántico, el bolero, el más popular entonces, un poco el tango y uno que otro ritmo un tanto movido, y para calmar nuestra inquietud de mover más y más el esqueleto, bailábamos el corrido mejicano.

 

Siempre me gustó ejecutar la marimba (triple) y a la medianoche, sin necesidad de alegría postiza, solía plantarme frente a la marimba y los compañeros me estimulaban con aplausos y pidiéndome que tocara y cantara determinada canción de moda. Lo hacía con soltura y alguna gracia, convirtiéndome así, en figura necesaria en las fiestas juveniles.

 

Y viene a mi mente en este instante, aquella fiesta nuestra, la que con tanta vehemencia esperan todos los estudiantes cada año, porque es o era, la culminación de muchos propósitos: la fiesta del 11 de junio, Día del Estudiante Hondureño.

 

El Sr. Director, la tarde del día anterior, en formación todo el alumnado nos dijo lo que significaba el día consagrado a nosotros y el por qué del mismo. Nos aconsejó en el sentido de que lo disfrutáramos al máximo, pero dentro de un ambiente de alta moralidad, sin escándalos callejeros, ni acciones que desdijeran de nuestra condición de jóvenes estudiantes, promesas positivas de una sociedad culta. Prometimos que nos portaríamos como verdaderos caballeros y como todo estaba ya listo para la fiesta, solo esperábamos la hora exacta para entregarnos a las delicias de la danza.

 

Estaba yo en el tercer año y, cosa extraña en estos tiempos, siendo ya un muchacho de 16 años, JAMAS había probado una gota de licor.

 

La tarde del propio día11, salí muy temprano de mi casa, a encontrarme con mis compañeros de curso, para empezar a compartir alegrías. No sé como, pero lo cierto es que al encontrarme con Tarquino en una esquina, previo el exordio obligado de la fiesta, dispusimos ir a libar unas copas. Aquello nació así, de repente, pues ninguno de los dos era entonces aficionado a la bebida.

 

Nos encaminamos al estanco de Tita Lobo, cerca del río y, como si hubiésemos sido buenos tomadores pedimos un cuarto litro de guaro. Nos lo sirvieron en sendos vasos con la medida exacta de un octavo. Ponerlo en la mesa y tomarlo, para mí fue una acción relámpago. Y confieso que aquello no tuvo ningún sabor. Lo tomé con fruición, sin que me produjera ningún malestar. Platicamos y platicamos con Tarquino y luego pedimos otra dosis igual. La tomamos igualmente y ya entrada la noche, nos fuimos a la casa del baile que lo fue en ese año, en la de habitación de don Rogelio H. García (QDDG), frente a la hoy Bodega Juticalpa.

 

Carlos Banegas, entrañable compañero, fue objeto de nuestra invitación cuando nos encontramos con Tarquino, pero recibimos por respuesta una reprimenda. Nos dijo que él conocía su ancestro alcohólico, y que él rompería esa cadena que arrastraba. No insistimos y seguimos nosotros con Tarquino, según dejo relatado.

 

En el desarrollo de la fiesta, otros compañeros llevaron al baile algunos botes de guaro, incluso litros enteros, y ofrecían los tragos a pico de botella. Ramón Henríquez me ofreció uno y mareado por los que había ingerido, me pegue a aquella botella y tomé no sé cuantos buches. La alegría era ilimitada. Risas y chistes; burlas y chicotes, la expresión genuina del estudiante en aquella noche, en la que deberíamos cumplir una promesa. Las horas corrían y en mi sangre, sangre joven por primera vez inyectada con el “vino de los dioses”, también corría un fuego que me abrazaba las venas y mi mente. Sentía un no sé qué. Inspiración, locura, ganas de gritar. Y me sentí diferente. Ya no podía bailar y me senté en una silla.

 

Serían las once y media de la noche, cuando ya estaba fuera de combate y un compañero vecino de mi barrio, compadecido, me llevó casi a restras hasta dejarme en la puerta de mi casa.

 

Antes de entrar, hice un supremo esfuerzo para que mi madre no se percatara de nada y entré sin hacer ruido, aunque por la borrachera tropecé en algo, ella lo atribuyó a que no había luz.

 

Busqué mi cama en una sala contigua y me acosté. Al poner la cabeza en la almohada y estirarme cuan largo era, ay,  Señor…qué cosa más horrible sentí en mi cabeza! Aquella cama parecía tener un pivote en el centro y que giraba y giraba cada vez más rápido y entonces, me provocaba una inmensa ganas de vomitar, me incorporaba y sentaba en la orilla de la cama y en esta posición no sentía el deseo de arrojar. Una y otra vez sucedió lo mismo y por último, ya no me quedó tiempo de levantarme y desde la posición en que estaba apenas si pude sacar la cabeza de las sábanas y arrojar no sé cuantas libras de todo lo ingerido, bebida y comida. Al ruido de mi regurgitación, mi madre se levantó y al entrar a mi dormitorio, le dio la estocada. Ay, Dios mío, allí fue la de Troya! Fué mi madre por el azote un pedazo de pialera (soga) de puro cuero crudo sujeto a un palo y con un nudo en el extremo libre.

 

Comprendí la situación y aunque mi mente estaba embotada por el alcohol, tuve la capacidad suficiente para poder hallar una forma de esquivar los latigazos. Me embrujé de pies a cabeza y templé la sábana, que creo que las cuerdas de un violín se Stradivarius no habrían estado más tensas.

 

Caían los azotazos con fuerza de mujer encolerizada (y mi madre lo era), una y otra vez, pero el látigo rebotaba y apenas una sola vez se hundió en mi carne, y aquel nudo me golpeo en el muslo izquierdo, haciéndome daño. Se me hizo un grano y me quedó una cicatriz que aún la llevo como trofeo de una victoria que no terminó en derrota, porque me abrió un nuevo camino.

 

Al día siguiente, un castigo ejemplar, que desgraciadamente no surtió el efecto que mi madre esperaba, porque cuando de nuevo se conjugaron las circunstancias, por segunda vez fui rendirle culto a baco.

 

Esta fue al principio de un sendero que recorrí por más de 40 años. Seguí su curso y encontré cuántas cosas en él. Pasé trechos muy oscuros, escabrosos; otros llanos e iluminados. Como en un subterráneo anduve largo tiempo hasta que un día, sin yo quererlo, UNA VOLUNTAD DIVINA, me extrajo de aquel foso en el que como Daniel el Profeta, estuve entre leones, que fueron los 7 pecados capitales y me dejó ileso de algunos. Ahora veo radiante el sol y asediado aún por lobos hambrientos, con otra ayuda venida de  lo alto, voy con paso firme en busca de la verdadera liberación.

 

Hoy es Lunes Santo 24 de Marzo. Estamos ya en Semana Santa. Y cuánta diferencia a aquellas del ayer. La cristiandad no demuestra ningún fervor religioso. Los templos cerrados y no hay un acto especial que denote que estamos en la Semana Mayor.

 

No es que como “viejos” estemos añorando que cuando estamos llegando al final del siglo XX se hagan las mismas prácticas del principio, claro que no es posible, si hemos avanzado tanto, que hacer aquellas procesiones de antes y una serie de actos litúrgicos, sería perder el tiempo, porque nadie, seguramente, asistiría a ellos. La gente de hoy ya no va a los templos en Semana Santa. Prefiere los paseos a las playas de veraneo en los cuales, la fiesta es magnífica: un culto real a todos los dioses, menos al DIOS VERDADERO. Orgía, lujuria, embriaguez, riñas y muerte por doquier. Un saldo trágico al final, centenares de muertes por ahogamiento en ríos y mares, por riñas callejeras, por accidentes de toda clase. Y en los hogares, la falta de un miembro, quizá el principal que llevaba el peso del hogar.

 

Tratar de volver al pasado, a aquellas costumbres, sería cosa de tontos; pero yo no puedo borrar de mi memoria aquellas escenas de aquellas Semanas Santas de mi infancia y mi niñez.

 

Comprendo que era un culto fanático, fanatismo que calaba hasta la médula, pero contribuía a mantener un elevado nivel moral, con un respeto a todo; a los niños no nos dejaban ni silbar, ni correr, ni bañarnos, ni jugar, ni hacer nada en la Semana Santa. Todo era prohibido y cualquier acto fuera de orden, era ejecutado en contra del señor y se le señalaba como a los judíos que lo crucificaron.

 

La comida se hacía para no tener que cocinar durante toda la Semana, apenas se calentaba, porque las mujeres pasaban en el templo, en la liturgia de los actos programados para cada día.

 

Todos los días había procesiones recorriendo las calles de la ciudad, siendo las más solemnes el Santo Entierro el Viernes Santo. Desde la entrada triunfal de Jesús en Jerusalem el Domingo de Ramos y hasta su gloriosa resurrección el Domingo de Pascua, era una serie de procesiones que revivían todos y cada uno de los pasos de la pasión de Cristo. Lavatorio de pies el Jueves Santo, y más de una vez fui apóstol en este acto para conseguir los centavos que nos daba el cura por la participación.

 

El Viernes Santo, colgando de una cruz que aun se conserva en la catedral, una bella escultura traída seguramente de España, representando patéticamente a un hombre que murió en una angustia infinita, con su costado roto, sangrente y sus labios en un rictus de dolor, inclinada la cabeza coronada de espinas. Aquella imagen del dolor pendiente de la cruz, me fascinaba y pasaba largas horas de aquel día, extasiado y en mente de niño no alcanzaba a comprender por qué los hombres fueron tan crueles al dar muerte de cruz a un justo, esto porque lo oía en los sermones del cura.

 

Y en el Descendimiento, cuando se limpiaba la escultura sagrada con algodón húmedo con Agua de Florida y se repartía entre los fieles, que lo usaban en amuletos (corazoncitos rojos) y colgados al cuello, prevenían los ataques del maligno.

Una banda de música marcial, compuesta de cuatro músicos y un coro de mujeres cantoras, amenizaban los actos religiosos.

 

El Domingo de Pascua, los Encuentros a las cinco de la mañana en el Parque.

Las carreras de San Juan y la Magdalena, avisando que Jesús había resucitado y por fin todos juntos, salían en la triunfal procesión. Y una inmensa muchedumbre en las calles siguiendo al conjunto de imágenes, y al cura que presidía avizorando en cada casa para ver ni había una silla frente a la puerta, como señal que la dueña quería que se le cantara una clave, por la que pagaba un lempira.

 

Y así, todo el día para entrar por la noche a la iglesia, los músicos cansados de tanto tocar la misma salve; las mujeres roncas de cantar la misma salve y el Cura satisfecha con una tira de papel rasgada muchas veces en cada orilla, que era la cuenta de las salve cantadas, para luego pagar a los músicos. Allí finalizó la Semana Santa y el pueblo, cumplidos los deberes impuestos por su fe, se reintegraban a sus labores habituales.

 

Y en este laberinto de páginas escritas a la carrera, veamos lo que yo vi una noche de no sé que mes, de un año de la década de los 40.

 

Como todas las noches, el parque bullanguero con la muchacha por doquier, con las locuras propias de la edad. En las bancas de cemento alrededor, los “viejos”, comentando las acciones bélicas de los ejércitos de Europa. La guerra estaba en su apogeo y había que oír a nuestros estrategas criollos, como en un arranque de no bien disimulada simpatía por los nazis, criticaban acremente a los Jefes de las Divisiones Panzers cuando sufrían una derrota de los aliados.

 

Y decían: “Si este General (no se escapaba ni Rommel, el Zorro del Desierto), hubiera atacado por el flanco tal, habría ganado la batalla”. Y era tan simpático oírlos en largas discusiones hasta que llagaba la hora de ir a la cama ya cerca de las 10 de la noche.

 

Decía pues, que una noche de esas, sin tener ningún conocimiento previo, súbitamente alguien vio aparecer por la calle de acceso al centro de la ciudad y que viene del barrio El Portillo, dos enceguecedoras luces una al lado de la otra. Ante el espectáculo, y por escándalo hecho ya que de inmediato nos juntamos en la esquina más próxima del parque y por donde habrían de pasar, corrimos al encuentro y era una baronesa que por primera vez hacía su ingreso a Juticalpa.

 

Igual que muchas décadas atrás con el primer avión que vino a Olancho, (cuyo relato aparece en estas páginas) la algarabía era infernal y sin miramiento alguno nos encaramamos en el vehículo, que no sé como no reventó.

 

Era la empresa de Juliancito Cruz, que como un nuevo Colón, se aventuró a entrar a Juticalpa por un camino que entonces era apenas una trocha, ya que la carretera apenas llegaba hasta Talanga.

 

Pero así quedó establecido el transporte entre Olancho y la Capital. Vinieron más y más vehículos de todo tipo, pesados desde luego, ya que el camino no permitía el transito de carros livianos. Otros se sumaron al servicio y nacieron empresas como la de don Fausto Díaz quien con sus hijos Luis y Miguel, presentaron muy buenos servicios al pueblo olanchano.

 

Otro de los servicios públicos de que hoy disfrutamos con comodidad y que yo vi nacer, es el cine. No sé cómo, ni impulsado por qué, llegó a estas tierras, entonces casi inhóspitas para los extranjeros, un europeo llamado Geza Younger quien se estableció cerca del Parque y montó una clínica dental que trabajó algún tiempo. Después, con mucha dedicación y con la inteligencia propia de los hombres de ultramar, Younger, con algunos medios económicos, decidió abrir un cine. Y lo abrió frente al parque, exactamente en donde hoy funciona el Restaurante Asia. Recuerdo muy bien la primera tarde que fui a matinee. Era cine mudo, y la primera impresión que aún llevo grabada en mi retina, fue la del Presidente Roosevelt, en un cuadro grande y solo viéndole los movimientos, sin poder oír nada. Pero éramos felices viendo cine en aquella pieza, que aunque parejo el piso, para atender las dos ramas de la clase social, estaba dividida por la mitad. Adelante era luneta y atrás palco. Cerradas las puertas aquello era un horno, sin ventilación, y cuando los asistentes aflojaban las válvulas naturales de cierre y dejaban salir, disimulados o sonoros escapes estomacales, el ambiente se tornaba insoportable y había que aguantarlo.

 

Allí funciono el cine mudo por algún tiempo. Posteriormente, con otro socio, en otro lugar, se construyó una galera, con gradas para palco y luneta., usando cortina para las funciones diurnas. Ya teníamos cine parlantes. Fue algunos años mas tarde que se fijó el Cine Palace en donde aun esta frente al Parque FLORES. La música que se hacía escuchar por el altavoz instalado en la planta superior, indicaba la hora de entrar a la función y Gardo Ayes, colaborador de Younger, para que éste recordara la vieja Europa, escogió como tema de apertura y cierre de las funciones cinematográficas, nada menos que el Danubio Azul de Strauss; melodía que al solo escucharla y después de tantos años, nos recuerda aquellos días inolvidables, cuando en el Parque esperábamos a la novia para ir a formar el idilio en las matinees de los días Domingos.

 

Los paseos al Cerrito de la Cruz, al norte de la ciudad, eran también otro de los pocos ratos que teníamos para tener una rápida entrevista con la novia, pues las salidas de ellas eran furtivas; pero a veces, subiendo a la falda del Vigía, podíamos contemplar la ciudad y en un descuidito darle un beso que encendía la sangre en las venas y hacia palpitar el corazón a punto de estallar en el pecho.

 

Y que les parece si vamos ahora a pasear por las paceras del Barrio La hoya, donde don Nando que las cuida tan bien? Antaño, estos paseos eran obligada costumbre de la gente de nuestra élite. Grandes caravanas de adustas damas y caballeros, bellísimas jovencitas con apuestos Adonis que con respetuosa galantería atendían a sus acompañantes.

 

La exploración del vino de coyol en Olancho, es una viejísima tradición. Recuerdo que don Nando los iba a traer al sitio llamado El Chivo, allá por Cayo Blanco, en donde entonces crecían silvestres y por miríadas. La caravana de carretas salía de esta ciudad a las 2 de la mañana para regresar a paso de buey cansado, a las 4 o 5 de la tarde.

 

Las hileras de palos se tendían en el patio de la casa, siempre muy bien aseado porque doña Chila se encargaba de ello.

 

Con los implementos necesarios para la labor, que eran un cuchillo especial, corto, de hoja delgada, muy afilado, un par de pequeñas palas de madera dura, blanca, generalmente negrito por ser inodora o naranjo, o jícaro.

 

Se abría la oquedad y se dejaba fluir espontáneo el dulce vino, que en los primeros días es para inexpertos en el arte de la libación del coyol. Va tomando un sabor más fuerte cada día, pudiendo dejarlo al gusto del cliente mezclándolo con vino más fuerte. La sabrosura del coyol esta no solamente en su sazón como tal, sino en la temperatura que tiene al momento de libarlo. Para los empecinados bebedores, había palos especiales a los cuales se les dejaban las pasas en la canoa para que agarrara un sabor totalmente fuerte como para que luego, luego, se estuviera subiendo a la cabeza.

 

Las coyoleras de don Nando, siempre gozaron de merecida fama en la ciudad, y a ellas concurrían todas las tardes, aquellas nutridas comparsas de paseantes, cuya cita obligada en la época eran precisamente, las paceras. Un coyol bien administrado, dura hasta un mes, pues el corte que se hace diariamente tres veces como máximo y dos generalmente, debe ser muy fino para que no se agote el palmito, que es Lafuente del líquido embriagador.

 

Froilán Turcios cantó a los coyolares olanchanos en bellas estrofas descriptivas del árbol y de su caudal vinotero. Así dijo:

 

Con el hacha vibrante el hombre arroja

al vegetal sobre la dura tierra,

de inútiles ramajes lo despoja,

y en él una oquedad abra su daga;

y el delicioso líquido que encierra

con vivo ardor su corazón embriaga

 

Y qué hablar de las moda de la gente de mi Juticalpa, hombres y mujeres?

Comparadas con las de hoy, hay una diferencia como de la tierra a Plutón, o mas allá.

 

Estricta moralidad en el vestir, como para no mostrar un solo encanto el cuerpo femenino y para resaltar esbelta figura varonil en los hombres. Damas de alcurnia, con finas telas y cortes elegantes en sus trajes, les hacían lucir muy distinguidas, discreta elegancia que ellas explotaban ente la mirada inquisidora del galán que se conformaba con imaginar un muslo bien configurado o una torneada pantorrilla. Un busto de Venus con un peinado ajustado a la época y de acuerdo a las circunstancias; generalmente largo, suelto o con trenzas rematadas en un lazo de brillante tela.

 

Las prendas de vestir de hoy, eran conocidas con otros nombres y las íntimas no eran de manufactura extranjera, sino local y casi siempre, casera. Esos términos que se aplican a tales artículos indispensables y que son vocablos de idiomas extraños, no se conocían y qué bien tallaban a las féminas, sin artificios, ni aditamentos……..puro natural!

 

Los señores de edad, bien plantados con sus trajes de lino o casimir y los acomodados luciendo fino reloj de bolsillo, de oro puro y con cadena ídem, de la que colgaba una moneda, esterlina legítima. Sombrero Stetson y muchos con bastón. Fino cigarrillo, ocasionalmente fumado en pepe o finísimo tabaco inglés en una hermosa pipa. El pueblo siempre fumó los cigarros viejas (siete vueltas y dos cabezas) hechos en la casa y vendidos por centavos en macitos de o sé cuantos; pero aquel tabaco, picado con un picador especial, un cuchillo corvo como media luna y con dos asideros en las puntas, llevaba una serie de ingredientes de esencias y olores que lo hacían exquisitos al fumarlos, llenando el ambiente de un agradable aroma.

 

Volviendo a las mujeres, la condición de la alta moralidad, no les permitía exhibir su cuerpo no ni siquiera cuando iban al baño en el río. Se bañaban con unos largos camisones hasta el tobillo y era muy simpático verlas zambullirse en la poza, apretándose la nariz y agarrándose el camisón que ocasionalmente se levantaba.

 

Y siguiendo el revoltijo, debo referirme ahora a lo que yo vi en mi niñez en relación con el comercio. Tiempos aquellos cuando la demanda estaba a un millón de pies sobre la oferta, cuando casi se le obligaba a comprar lo que pedía en una tienda, aunque no le gustara.

 

La Casa Siercke era quizá las más fuerte. Su sólido y bello edificio construido por albañiles olanchanos, sirve hoy a tres Ministerios: Comunicaciones (Hondutel), Recursos Naturales (INA) y Defensa (16º Batallón).

 

Fue don Francisco Siercke un meritísimo ciudadano, que ayudó a Honduras con su capital, su esfuerzo personal, se férrea voluntad y estableció una cadena de tiendas en todo  el país. Y quién le hubiese dicho que iba a morir pobre, después de haber hecho ricos a muchos hondureños. Le conocimos en los últimos días aquí en Juticalpa, en el Bazar Olanchano con don Alberto Bú Castellón, ex-empleado suyo en su juventud. La fima Siercke desapareció de Honduras al congelar el gobierno los bienes de los alemanes, que no fueron devueltos a sus dueños o sus sucesores. Cosas de la vida! Otra casa comercial también de categoría, era la Casa Rossner, también de alemanes. Estuvo en lo que más tarde fue el Salón Olimpia de la Srita. Duvis Fernández y en donde actualmente se yergue el moderno edificio García Becerra. Conocimos en ambos establecimientos como Gerentes a don Otto Bonnecko y don Reinaldo Harder, respectivamente.

Posteriormente vino don Pablo Wiese con su familia y estando a su cuidado la Gerencia, pasó a poder del Gobierno. Gunther, Jurgen e Ilsie, hijos del matrimonio, fueron estudiantes de La Fraternidad alcanzando el título de Bachilleres. Gunther está dedicado a labores agropecuarias en el municipio de Silca; Jurgen descansa en la paz del señor e Ilsie vive en Alemania. Doña Bertha rumia su soledad y su nostalgia en esta ciudad. (Escrito lo anterior acaeció el deceso de doña Bertha).

 

Casa Soto era otro establecimiento muy bueno, ocupaba la esquina en donde hoy está el Restaurante Dirro’s, antes ocupado por el Bazar Olanchano.

Pero parece ser que la primitiva de las tiendas de Juticalpa era la de doña Esther Cerezo, cuya estructura física aun se conserva, siendo hoy propiedad de don Concepción Gómez y ocupada actualmente por la Farmacia Juticalpa en la esquina. (Don Daniel Brevé también tuvo una buena tienda con distribución de varias líneas). Hoy es el local de Mary’s Place.

 

A falta de carretera, toda la mercadería para estos negocios venían en numerosos trenes de mulas, desde Tegucigalpa. Recuerdo que los arrieros buscaban en mi casa, alimentación, asi como potreraje para las bestias, lo que les proporcionaba don Nando en sus potreros al otro lado del río. Un señor de apellido Ponce, insigne masticador de tabaco, alto, delgado y buena persona, era arriero experimentado y periódicamente estaba acá con sus mulas.

 

Al lado Este del Parque Flores, recuerdo unas casas que allí se levantaban y donde funcionó un saloncito de billar. Había al frente de estas casas, en la calle muy amplia, algunos árboles de gravilea, especie aparentemente extinguida de nuestra flora, así como las hermosas yaguas dentro del Parque, su palo de corcho y los restos de su viejo quiosco en donde a principios del siglo, se daban conciertos semanales.

 

Por todo el pueblo, las pulperías como siempre, para surtir las  despensas familiares; infinidad de confituras, la casi totalidad de ellas ya no se hacen, como los rubios alfeñiques, en cuya elaboración entraba un horcón del corredor de la casa en donde se había incrustado un clavo de 6 pulgadas para batir el alfeñique, en un rítmico movimiento que producía un golpe de látigo al caer sobre el horcón. Y qué decir de los confites tan sabrosos que hacía Mamaví en la Hoya, con una pimienta gorda al centro, los que se hacían en un perol de cobre colgado de las vigas de la casa y con fuego abajo; los panes de rosa, en un rápido subir y bajar; las colmenas con hilillos de varios colores, las tabletas de dulce (panela) o de azúcar blanca, los turrones, los huevos de faltriquera, bolitas de dulce de rapadura bañados con azúcar en miel.

 

Y apenas bastaban unos poquísimos centavos para gozar de las delicias de todas estas golosinas, pues casi todas costaban un centavo…….un centavito!

 

Y el arte de la repostería……..con una gama de panes de toda clase: de harina de trigo y de maíz. La fama de las rosquillas olanchanas es tradicional y en ello parece que hay algo más que el simple hecho de saber hacer la mezcla. Las quesadillas con su aliño, fórmula mágica que hoy solo conoce Catalina Meza. Los panes dulces, las semitas, las mascaduras y las tostacas, los rosquetes de maíz bofo con merengue encima; los otros rosquetes de harina de trigo tan livianos, los pio-nonos.

 

Y las mistelas para la celebración de las novenas de los santos y fines de novenario de los difuntos. Los rompopos y tantas otras cosas que superaban en calidad la mejor marca de licores extranjeros.

 

Juticalpa tuvo allá por la década de los años 20, una muy bien organizada sociedad obrera llamada Sociedad Unión Obrera. Agrupada el obrerismo de la ciudad y tuvo hasta una imprenta para editar periódicos. La misma (supongo), que fue mas tarde la Imprenta Olivera de los Hermanos Carlos Alberto y Rafael Olivera Cálix, pioneros del periodismo olanchano.

 

Los profesores Alfredo y Alejandro Lobo Cálix, colaboraron con los obreros en este esfuerzo digno, de solidaridad gremial.

 

Y al hablar de los primeros vehículos a motor que llegaron a Juticalpa, olvidé que en mi niñez recuerdo haber conocido un automóvil FORD metido en el corredor de la casa de las hermanas Henríquez, casa que es hoy del Dr. Roberto Brevé Martínez. Allí en un zaguán veía aquel carro con toldo de lona, modelo de los años 20. No recuerdo haberlo visto circular por las calles de la ciudad, ni tampoco me imagino como lo introdujeron, sin haber ni un remedo de carretera, pero lo cierto es que fue el primero, creo yo, que vieron con ojos de espanto los juticalpanos. Después un señor llamado Héctor Ulloa trajo otro carro turismo.

Después de la iluminación a base de  gas común que se hacía en el parque FLORES por medio de los faroles (que yo no alcancé a ver), Juticalpa se hundió en una larga noche de tinieblas, y solo en los plenilunios, se podía salir a paseos nocturnos unas pocas horas, de acuerdo al avance diario de las lunas crecientes.

 

Fue en el año de 1960 y bajo la administración edilicia de Rogelio H. García H. que se firmó un contrato con la ENEE para la explotación del servicio. Pero vale la pena destacar aquí, que previo al servicio actual, en la década de los 40 vinieron a Olancho unos gringos a explotar minas de oro en El Vijao. Con los requerimientos legales se establecieron y levantaron rápidamente campamentos para trabajadores, pues creyeron quizás que la mina era inextinguible. Campo de aterrizaje, bonitas casas para ejecutivos y todo lo necesario fue construido en un santiamén. Instalaron su propio sistema eléctrico y hubo mucha bonanza con el riego de dinero de los yanquis. Pero aquello duró poco y convencidos de que no había tanto oro como lo suponían o les hicieron creer que había, pronto liaron sus maletas, desmantelando todo lo construido.

 

Vecinos del lugar, vinieron a comunicar al jefe del concejo del Distrito lo que estaba sucediendo y este organismo actuando de inmediato detuvo la salida de los motores generadores de la corriente eléctrica y quedándose con ellos para pagarse así parte de los impuestos a que estaban obligados y que no lo habían hecho. Así fue como Juticalpa tuvo su primer alumbrado público eléctrico que se extendía al Parque y una que otra cuadra céntrica.

 

Aquellos días inolvidables en la Manuel Bonilla, ponen ahora, más de 50 años mas tarde, un mosaico de matices de emoción, que me hace bien recordar. Una y otra vez habré de bendecir a los maestros que me formaron, en las dos etapas que recorrí por aulas de docencia.

 

Cómo no recordar con profunda gratitud y devoto cariño a un Héctor Pizzaty Aguilar, a un Fernando Carías, a una Cruz Guifarro Henríquez, a una Ofelia Sarmiento, a un Luis Sarmiento Bustillo, a un Luis Sarmiento Bustillo y a una Ramona Banegas?

 

Y aquella chiquillada inquieta, bulliciosamente inquieta pero no rebelde; a los embajadores de una sana picardía, a los que entre un mundo de travesuras, dedicaron también su tiempo y su esfuerzo a superarse, abrevándose en las eternas fuentes de la ciencia, la moral, el civismo, la honestidad.

 

Aquel libro de lectura de Carlos Aguilar P. cuyos fotograbados eran manchones negros, pero cuya lectura llevaba por senderos amplios de cultura, usando métodos de enseñanza que dieron óptimos resultados en su aplicación.

 

Toño Mejía Echeverría, Arturo Meza Murillo, Juan A. Zambrano, Ángel Meza Cáceres y su hermano Pancho, Octavio García. Ramón Tróchez, mi hermano Antonio, Ramón Gallo y Luis, su hermano, Raúl Chávez Godoy, Hernán Artica, Antonio Cubas, Carlos Banegas A., Rafael Meza Munguía, (a) Fayuco y Jorge Chávez, y tantos otros que formamos la legión de centinelas, salvaguardas del honor de la Manuel Bonilla.

 

Y al hablar de la Escuela Manuel Bonilla, no puede sustraerse el pensamiento a la evocación de un hombre que hizo mucho por Juticalpa, sin ser olanchano Alberto Bú Castellón, ciudadano venido a Olancho en los albores de su juventud, se afincó al terruño con raíces hondas de afecto y se quedó para siempre.

 

El compró a Chonila Fuentes ese local de la Manuel Bonilla, en condiciones especiales y proveyó a Juticalpa de un local tan adecuado para el fin, que más de un siglo más tarde, sigue no solo prestando servicio sino con capacidad para hacerla más grande. Y pensar que a Papa Beto no se le atribuyo en vida, ni después de muerto, ni un solo homenaje. Y como Alcalde Municipal hizo muchas obras que aun perduran. Su nombre no lo lleva una sola escuela, ni una calle y rompió muchas calles, las empedró y dejó cementerio con su amplia avenida y la gratitud del pueblo de Juticalpa no se ha hecho sentir. Sea este breve recordatorio, una levísima excusa al olvido en que se le mantiene.

 

Allí en el costado norte del cementerio, un día de un año de los 30, presencie con miedo, el fusilamiento de un hombre. Elías era su nombre y se le condenó a la pena capital por haber dado muerte con lujo de crueldad a su padrastro. Recuerdo muy bien aquella precesión que encabezaba el Gobernador Político, las autoridades del Centro Penal, el Cura, el Juez y quien sabe quienes más y el pueblo, que como siempre pasa hambriento de pan y circo. Comandaba el pelotón de fusilamiento el Alferez Eudoro Meza, (a) Popoyo. Cumplidos los tramites de rigor, aquel hombre fue confesado por el Cura Sánchez, luego llevado al poste del sacrificio,  clavado junto al muro; se le vendaron los ojos, la columna del soldado a la distancia de un tiro de penalty  en el fútbol y luego la voz, vibrante, tajante que hirió el aire: Atencióooooon fir…….apunten……FUEGO!!! Y lo primero que ví volar de aquel infelíz, fue la corbata cercenada al pie del nudo por balas y de inmediato se fue acuclillando junto al poste al que estaba amarrado por los brazos.

 

No hubo necesidad de darle el tiro de gracia. Estaba totalmente muero. Ya estaba listo el ataúd y allí fue colocado su cadáver. La justicia de los hombres se había cumplido en un pobre que su ignorancia, producto del medio, lo había hecho en un momento dado, una fiera humana.

 

Decía en acápite anterior, al referirme a mis años en la Escuela Manuel Bonilla, acerca de mis maestros. La vida pasa, el tiempo corre, fluye a veces rápidamente, otras lentamente. Salí de la Manuel Bonilla en 1936. Solo eran 5 grados, pero ya llevaba in bagaje intelectual suficiente para enfrentar  las tareas de la secundaria. Y en la Fraternidad, desde 1937 hasta 1942, llené mi mochila y mi Alma Mater me lanzó a la sociedad con todas las armas de defensa y de ataque para librar las más grandes batallas de la vida.

 

Fué un 25 de febrero de 1942, cuando en un acto sencillo, sin ampulosidades, sosteniendo entre mis manos el lábaro sagrado de la patria, que juré contribuir con mis luces de profesional, al incremento de la cultura nacional. Había obtenido el título de Maestro de Educación Primaria Urbana. Luego, con el sincero deseo de seguir estudios universitarios, y siendo condición” sine quanon” ostentar el título de Bachiller en Ciencias y Letras, me sometí a un nuevo examen General para optar a ese título, previos los trámites legales. El 31 de Mayo del mismo año, rendía mi examen y se me otorga el ansiado título.

El por qué no pude hacer estudios superiores, es materia de otros renglones que quizás los escriba o se quedan en el teclado de la máquina. Solo debo decir por ahora, que las condiciones prevalecientes de la época, eran muy difíciles cuando en Centro América había un círculo que formaban Jorge Ubico en Guatemala; Tiburcio Carías Andino en Honduras; Maximiliano Hernández Martínez en el Salvador y Anastacio Somoza García en Nicaragua.

 

No quiero referirme a esto. Me causa depresión y será mejor que les diga que, nueve años mas tarde, en 1945 estaba frente a una nueva generación de olanchanos, cumpliendo el juramento hecho en la Fraternidad. Era Maestro Auxiliar a cargo del segundo grado y con un sueldo de TREINTA Y CINCO  LEMPIRAS mensuales, que no era religioso.

 

Por razones muy especiales, al año siguiente, es decir en 1946, el Director Prof. Antonio Banegas Aguilar dejó la Dirección y asumió el Sub-Director que lo era el insigne matemático y catedrático en La Fraternidad, Prof. Juan Cálix Palma, quien a su vez también dejo el puesto y siendo yo el Sub-Director, asumí la Dirección de la Manuel Bonilla en 1947.

 

Fue muy fugaz mi actuación en la Escuela y en 1948, en el mes de Julio, me hallaba lejos del solar nativo, en un pueblecito del departamento de cortés, San Francisco de Yojoa, a cargo de dos grados en la Escuela Miguel Paz Barahona, en donde estuve por dos años lectivos hasta que fui trasladado a la Ceiba como Inspector de las Escuelas Urbanas de aquella ciudad-puerto, habiendo permanecido allí hasta 1952 en que, por motivos más que justificables me ví obligado a desertar de las filas magisteriales y enrolarme en la Estándar Fruit Company, como”Time-Keeper” en una finca llamada Bohemia, del Distrito bananero de Planes.

 

Viene a mi mente el día en que, sintiendo muy dentro de mí un aletear de errabundos pájaros, decidí viajar a la Costa Norte.

Corría el mes de Mayo de 1943 y con un entusiasmo propio de mi juventud y sobre todo, siendo mi primera salida de mi pueblo natal, mi imaginación bordada sueños fantásticos.

 

Jamás me había encaramado antes en un pájaro d acero y aquel día feliz, sentí como aquel aparato se elevaba por los aires y yo, sin asombro pero disfrutando el paisaje que se ofrecía allá abajo. La inmensa campiña olanchana en todo su esplendor; ríos, sus valles, sus pueblos y aldeas, admiraba todo desde arriba. Y después de haber aterrizado en Catacamas, San Francisco de la Paz, Manto, Gualaco, Las Minas, San Esteban, llegaba a la Ceiba. Dentro del avión, cuando perdí de vista mi pueblito que quedo atrás y sin saber si regresaría, una íntima nostalgia me invadió y aquel otro pájaro cantor que he llevado dentro, con guzla de oro cantó y dijo:

 

Tristemente…

contemplando la ciudad que quiero tanto

que se aleja de mi vista como un sueño,

lentamente…

a mis ojos ya se asoman como perlas,

son mis lágrimas,

y es mi llanto

quizá el canto de la inquieta golondrina

que yo llevo en mi alma mustia

que en esta hora de angustía

y desencanto al mirar lejos, muy lejos

la apacible tierra mía,

que es amor, que es alegría,

que en la dulce alquería

me lleno de inspiración

en mil fuentes de mujeres

y de exóticos placeres

 

Y así continúa la improvisada poesía del joven romántico que con su carga de ilusiones, por primera vez se aventuró a recorrer los caminos del mundo.

 

La Guerra Mundial No.2 estaba en su apogeo y La Ceiba era un “pueblón” sin luz por las noches, por lo que no me causó ninguna impresión, pues estaba igualita a mi pueblo.

Iba dispuesto a recorrer el mundo, de punta a punta, sin mirar atrás nada. Quería conocer otros países de la manera que hubiera lugar aun a costa de mi vida. Así me dí cuenta que estaban enganchando gente para ir a trabajar en las fincas que una compañía subsidiaria de la United Fruit de Honduras, tenía en Panamá, en la Provincia de Bocas del Toro. En botes pequeños se hacía el trayecto de las Islas de la Bahía a Panamá. Y al anochecer de un 15 de Mayo, el propio día del patrón de la Feria Ceibeña, estaba a bordo de un bote entre una muchedumbre de aventureros que como yo, nada llevaban en sus escuálidas valijas, pero repleta de ilusiones la mochila de los sueños.

 

Aquella noche la pasé feliz al experimentar por primera vez una sensación extraña. Cuándo había estado dentro de un bote de vela? Qué sabía yo lo que era navegar en el mar?

 

Y casi no dormí solo soñando en cosas fantásticas. El mar movía el bote en un suave balanceo que me gusto mucho y tirado en la cubierta, mirando al cielo, esperábamos todos la llegada del Capitán del bote que con la tripulación andaba de parranda por el puerto.

 

Serían las tres de la mañana cuando zarpamos hacía Roatán. Qué bello amanecer en aquel bote en aquella fresca mañana de Mayo. Quise contemplar la magnificencia del mar, la belleza imponderable de una aurora sobre sus olas y admirar el vaivén de éstas, que venían encima del bote y lo zarandeaban suavemente ora en lo profundo de sus recovecos, ora en las crestas coronadas de espumas.

 

Oteando el horizonte iba parado junto a la cabina de mando, aspirando aquel aire puro de mar, con olor a sal y no creo que Rodrigo de Triana haya llevado más abiertos los ojos buscando tierra, que yo buscando en lontananza nuevas cosas que alimentaran mi fantasía y ansia de inquieto trashumante.

 

El disfrute no fue largo porque luego fui sintiendo un malestar en mi estómago y mi cabeza que me obligo a bajarme al piso y tirarme en él cuando largo era. Me había mareado! Cerré los ojos y no me moví en el trayecto hasta que supe que habíamos llegado a Roatán a eso de las 9 de la mañana. Y allí comenzó mi vida aventurera entre un puñado de hombres rudos, de todas las clases y condiciones. Me uní a un grupo de teleños y lo pasaba bien. Habíamos más de dos mil hombres en aquella isla y dormíamos a la intemperie, donde hubiera lugar; en los corredores de las casas, en el muelle, en la torre del reloj, etc.

 

Había una banda de músicos de jazz cuyo único oficio era esperar que atracara el bote-correo cada semana trayendo guaro de La Ceiba, para ubicarse en los salones de expendio y tocar día y noche, ingiriendo bebidas que se agotaban. Íbamos a los bailes y era la cosa más divertida meterse a aquellos pandemónium de placer y de vicio. El isleño tiene una idiosincrasia diferente a la nuestra. Por razones fácilmente comprensibles, ellos no comparten nuestra manera de ser, pero en aquellas circunstancias, éramos hombres en busca de aventuras y lo importante era vivir la vida llevando en alto el gonfalón y la llama de la fe en el futuro promisorio aunque nunca llegara.

 

Estuvimos allí un mes, durante el cual esperábamos cada día el bote que nos transportaría a Panamá. Rumores de cese de gente. Confirmación de traslados, etc. eran el comentario obligado y al fin….nada. Definitivamente no habría más viajes y entonces la locura  era por regresar a la Ceiba. Yo me colé en el primer bote que despacho el Comandante de Armas, un olanchano de apellido Cruz. Y me cole de polizón y así regresé a La Ceiba lleno de picadas de jejenes. Quise embarcarme en barcos de la frutera que llegaban uno o dos al mes, por la guerra. Conseguí pasaporte con Solís el Comandante, por medio de Nacho Urbizo. Tenía loco a Culotta el embarcador, pero nunca se presentó una oportunidad. Quizás hubiese sido bocado sabroso de tiburones ú otra alimaña del mar, ya que los alemanes pululaban por el Caribe y hundían cualquier barco que hallaran en su ruta.

 

Un año en la Ceiba en busca de trabajo. Hice zanjas en el camino de las Oficinas de la Contaduría en donde el jefe, Mr. Vera, un agradable puertorriqueño, siempre con la sonrisa a flor de labio me instaba a no desmayar y seguir visitándolo, pero nunca hubo un chance. Cierta vez Lalo Ruiz me dijo que había una chamba en el Banco Atlántida y de inmediato me presenté. Le dije a un señor allí el objeto de mi visita tempranera aquel día. Me quedo viendo de pies a cabeza y yo era entonces (y lo sigo siendo) un cuerpo enteco, en donde natura fue mezquina y mientras esperaba una respuesta satisfactoria, aquel buen señor me dijo:”vea joven, si es cierto hay un trabajo pero no se lo podemos dar a Ud.”. Por qué? Repliqué yo; “porque es un trabajo muy pesado y no es para Ud.”…..”es un trabajo para morenos” me dijo. Y que quedé pensando qué le haría suponer a aquel señor que yo no aceptaría el puesto, cuando estaba dispuesto a hacer cualquier cosa. Pero la verdad es que no quiso dármelo porque, según sus expresiones yo me merecía algo mejor.

 

Cansado de tanto vagar, solo paseando día y noche. Los sábados al Petit café de Bishara Zarzar (hoy es El Patio), previa visita a los lupanares del Barrio Inglés. Y en uno de estos tuve una amarga experiencia un fin de semana. Estuve a metros de caer en una celda policíaca por haber dado cachetadas a una meretriz, pero me salvó un paisano que era policía.    

Al año siguiente en 1944, salí como de huida de La Ceiba, rumbo a la Costa Abajo y una tarde ingresaba al campo bananero llamado Naranjo Chino, en la jurisdicción de El Progreso.

 

Mi primo José Rubí Zelaya era el Capitán de Finca y él me mandó a llamar con el pretexto que me tenía trabajo y era mentira.

No quiso darme ninguna oportunidad en la finca (y tenía sobrada razón), porque me decía que qué podía hacer yo, acostumbrado no mas a los libros. José era un insigne bromista y en las tardes, cuando se formaban aquellas tertulias de campeños después de yantar, y siendo en su mayoría olanchanos, el chiste cruel, la broma pesada, la anécdota hilarante, eran la sal del vivir cotidiano en un ambiente rústico.

 

Allí en Naranjo Chino y sin detalle voy a referirles que dí la primera hambreada de mi vida. Po que? Vaya a saber Ud. Por qué. Lo cierto es que la dí y hoy me alegro porque fue mi primera experiencia tan lejos de los míos, siendo ya un egresado de La Fraternidad.

 

Vinieron después días matizados de todos colores. Fui a la finca y regué fertilizante, boté abondonados, desbellote, deshijé, (nunca aprendía a deshijar con Chichi Lobo) y por último ingresé a la cuadrilla de los pericos, así llamados a los regadores de veneno o caldo bordelés, mezcla de agua y sulfato de cobre. Bajo las órdenes de un Aramecina estuve unos días muy pocos, porque una tarde, cansado sudoroso, jadeante iba jalando dos lances de tubos galvanizados con los que se hacía el riego, cuando sorpresivamente me encontró arrastrándolos por una división y esto era prohibido porque se dañaban. Me gritó y como  en esos momentos estaba como agua para chocolate y atenido a que era primo del Capitán de la finca, lo mandé a la m…..diciéndole que no era lo mismo andar j………regando veneno. E ipso facto los dejé tirados y me largué al campo. No volví a la periqueada.

 

Quién me habría dicho que 10 años más tarde volvería a tener relación con aquel trabajo, pero en otra posición. Efectivamente, allá por 1954 en el Distrito de Planes, Colón y en la Standard Fruit Co., llegué a ser mandador de riego de agua y veneno. Todo un señor Mandador o Spraymaster. Buena mula que ensillaba mi Capitán Ferguson; con todo servicio en la casa, yardero, usando solo ropa de kaky, zapato estilo mandador, sombrero casco y una pistola 38 en un cincho llenito de tiros. Vanidad de vanidades. Los paseos a Savá con los compañeros a hacer orgías propias de los hombres de aquel mundo. Licor, tabaco, mujeres, dados. He aquí el cuadrilátero en que me desenvolvía entones. Pero hablaba de mis días en Naranjo Chino. De allí pasé al departamento de construcción para lo cual, el Mandador don Carlos (a) Chancuna, me prestó tres fierritos y me fui a El Progreso. Dos días y medio de trabajo en una casa en el campo de los gringos, y como el maestro de la cuadrilla se dio cuenta que no era constructor, me dio el tánchek (time-check) que fui a cobrar a La Lima y en donde tuve otra amarga experiencia que voy a pasar por alto.

 

Dos años anduve por senderos llenos de luz de placer. Me codié con dignatarios de un mundo para mí totalmente desconocido. Hombres duros, hombres jóvenes y viejos, curtidos por mil soles inclementes. Sus arrugas gritaban su condición; su férreo temperamento su idiosincrasia, sus costumbres denotaban su origen campesino, su léxico era el parámetro de su escasa o incipiente cultura y la vaciedad de anhelos, configuraban un tipo resignado a vivir en bananales arrastrando una cadena de pobrezas apenas medio olvidada en los días de cupón o de pago, cuando la ingestión de bebidas alcohólicas hacía hervir la sangre, embotaban al cerebro y nacían libres de atavismos los instintos ancestrales. Al final….la tragedia! Así pasé esos dos años, teniendo que regresar al terruño un mes de Agosto de 1945, apresuradamente, ante el inminente peligro de muerte de mi progenitora.

Y qué viaje más accidentado aquel. Pretendí hacerlo de un tirón desde El Progreso, pero el descarrilamiento de una máquina que nos precedía en la ruta a Tela, nos hizo llagar a éste puerto hasta las 5 de la tarde. Otro día tomé el avión y con una breve estadía en La Ceiba, otra vez hacía la alquería, venía con un solo pensamiento fijo: el de mi madre que se debatía en una lucha sin cuartel entre la vida y la muerte.

 

Estuvo a encontrarme en Catacamas mi amigo Turo Cuevas, quien al no mas bajar del avión me informo que mi madre ya estaba mejorando su salud. Aquella noticia me tranquilizó y arreglando maletas en las bestias, tomamos el camino a Juticalpa en horas avanzadas de la tarde.

Cayó la noche y por aquel viejo camino de 12 leguas, polvoriento y largo para mí, no acostumbrado a cabalgar, veníamos charlando con Turo. Quizás habíamos andado la mitad, la noche avanzaba y de pronto alguien paso en veloz carrera a caballo, sin poder reconocerlo por la oscuridad. Era Pipe Rivera que se había adelantado a la comitiva que iba a encontrarme y quien impulsado por la emoción de la llegada de su amigo el Profesor, había ingerido algunos tragos. Luego regresó y se unió a nosotros. A poco andar topamos con el grueso de la gente que llena de alborozo iba a darme la más grata bienvenida que en mi vida he recibido. Abrazos, apretones de manos, saludos, preguntas y un protocolo bajo la noche silente en el viejo camino de Catacamas. A la media noche llegamos a Juticalpa y en mi vieja casona de La Hoya hubo fiesta del Espíritu por el regreso del miembro ausente y se me antoja pensar ahora, que así fue la fiesta que dio el padre aquel, que relata la Biblia en la parábola del hijo pródigo.

 

Mi madre se recupero prontamente y yo me dediqué a la práctica de mi oficio de carpintero, en el taller de mi hermano Jesús, acostumbrado como venía, a manejar con habilidad el serrucho, el cepillo, la garlopa, el martillo, el formón, etc. y sin el auxilio de motores como hoy, y cuando para hacer un taburete y hacer tantas y tantas escopladuras, había que barrenar con el trépano y la broca, unos cuantos miles de agujeros.

 

Así, agachado sobre el banco me encontró una mañana del mes de Octubre de 1945, mi amigo Fay Osorio, sempiterno Policía Municipal, a darme un recado del Dr. García Becerra, a la sazón Jefe del Concejo del Distrito Deptal. Para ofrecerme una plaza auxiliar en la Manuel Bonilla, sobre lo que ya he escrito en páginas anteriores de esta colección.

 

Ante el recuerdo de aquel tiempo, época de oro en la vida de mi pueblo, vienen a mí, una serie de emociones. Vuela el pensamiento, loco, diríase una mariposa que posa ora aquí, ora allá en las corolas multicolores de mi jardín interior; o un diminuto e inquieto colibrí libando la miel de las mismas. En ese film del que aun sigo siendo el productor, el guionista y el actor, surgen escenas de tan diferente índole. Como aquella en que siendo un niño tan pequeño, que no tengo conciencia de lo que voy a relatar, y lo sé por referencias de los míos.

 

No sé por qué, pero lo cierto es que aparentemente, al menos, nací con alguna vocación al sacerdocio (loado sea Dios que no permitió que lo fuera). Mis juegos de niño eran una imitación de lo que veía hacer al Padre de la Iglesia. Con mis amiguitos de juego, hacía precesiones con santos (muñecos) y cantaba salves y recitaba oraciones. Tenía mi incensario hecho de una latita como esas de salsina, agujereada por todos lados y a la que le amarraba tres cabuyas, el incienso eran cáscaras de guapinol trituradas, y que bien olía al caer sobre las brazas que ponía en la latita.

 

Cuando alguien me preguntaba que quería ser en la vida, ipso facto respondía que: ”Padre”, es decir, Cura, y en mi mente infantil se había estereotipado aquel pensamiento.

En cierta ocasión, me disponía a hacer aguas (orinar), cuando me sorprendió mi primo José, de quién he escrito antes cuando estuve con él en Naranjo Chino. Pues bien, al verme José que estaba orinando, a manera de regaño me dijo: “.. y no sabes vos que los curas no mean”. De inmediato contuve la emisión y no volvía hacerlo hasta que muchas horas mas tarde llegué a sentir dolor de barriga por la acumulación del líquido uretral. Mi madre lo advirtió y al decirle por qué no orinaba y narrarle lo que me había dicho José, se disgusto con él y me aclaró que aquello no sería motivo para que yo no fuera Padre y me estimuló para que lo hiciera. Qué ideas se anidarían en mi mente? Solo Dios lo sabe. Pero la verdad es que habría reventado y no habría orinado nunca, para no perder aquel anhelo supremo mío de llegar a ser cura.

 

Esta otra escena tiene lugar en una aula de La Fraternidad en el desarrollo de la clase de Inglés que impartía Pancho Bertrand.

Héctor…………..dice Pancho

Yes, sir…………….contesta Héctor poniéndose de pie

Do you like to make speeches?

Oh, yes sir

Qué le pregunté, Héctor?

Que si me gustan las colmenas de las Piches! Y una sonora carcajada estudiantil rubricó la escena.

 

Este mismo Pancho, que era Inspector del Instituto, me propinó (y ha sido el único en mi vida) una trompada que me arrojó al suelo. El brutal castigo fue injusto, lo juro ahora, más de 40 años más tarde.

Sucedió que un grupo de compañeros, tenían una tremenda barahúnda en la que sobresalían ladridos de perros y aullidos de gatos. Yo me hallaba a distancia de ellos, sin participar. El Sr. Inspector se equivocó y me llamó. Comparecí y al llamarme la tención creyéndome responsable, y al objetarle que yo no era el autor del molote, con visible enojo me mando a la Dirección. Como era injusto, iba protestando y Pancho al oir mi refuño, con mal contenida cólera me llama y me dice: “qué va hablando Ud.?”……. al oírlo me detuve un instante y al ver hacia atrás, sentí un golpe seco en mi rostro, dado con tal fuerza que me tiró al suelo fulminado por un verdadero knock-out. Solo Dios sabe cuantos pensamientos anidé en mi mente, y cómo hervía mi corazón de venganza y creo, que si no hubiese tenido que perder tanto, quién sabe que le habría pasado a Pancho, pero ante todo estaban mis padres y después mi futuro. Hoy ya lo he perdonado.

 

En los cinco años que estuve en La Fraternidad jamás fui aplazado en materias de estudio. El único que tuve fue en Instrucción Militar y fue por ayudar a un compañero. Cumplíamos órdenes de giros en escuadras de cuatro. Al mandar un giro a la izquierda, mi compañero de al lado, Carlos, tomaba dirección contraria y entonces le agarré del brazo. Me miró el Examinador y por aquello me aplazó. Total: un aplazado en cinco años. Creo que es bastante.

 

Amaneceres en mi Juticalpa! Temprano.....muy oscuro, ya andan gentes de barrio iniciando las labores del día. Los jornaleros preparándose para ir a sacar sus tareas en el campo. Machete muy bien afilado, un cumbo lleno de agua y un atadito guindando al cinto con su almuerzo. En casa de doña Chila, los mozos que iban a trabajar a El Porvenir, llegaban oscuro y aquella santa mujer que fue mi madre, con una solicitud  muy sui géneris, atendía a todos ofreciéndoles un buen pocillo de café negro con pan, rosquilla o mascadura, mientras don Nando, preparaba su cabalgadura para ir con ellos a disponer los trabajos que habrían de ser hechos ese día.

 

Al clarear el día, yo tenía el ineludible deber de halar el agua en un burro, que como queda relatado, tenía que ir a traer a un potrero situado en Calona. Eran alegres, muy alegres aquellos amaneceres. Por el camino de la Conce entraban una tras de otra, las carretas tiradas por bueyes, con leña, guineos, plátanos, chatas (butucos), ayotes, elotes –en la temporadas- gallinas, cerdos pequeños y toda clase de mercancía necesaria en el diario consumo familiar.

Y los compradores se arremolinaban alrededor de la carreta, escogiendo las amas de casa, los más hermosos tallos de guineo o plátanos y el dueño que con suma habilidad contaba, dedo por dedo y daba su valor. La otra pedía que le tiraran tantos leños de puro carbón para la horneada del día, otra más inquiría por el precio de las gallinas y a falta de mercado, allí en plena calle en La Hoya, en corrillos fraternos se hacían los comentarios populares sobre el acontecer local.

Y cómo se aprovechaban las noches de plenilunio! Creo que solo quienes nacimos en un ambiente como aquel en que yo nací, somos capaces de poder apreciar la belleza de una noche plenilunar. Un cielo tachonado de estrellas y la luna fulgurante, como prendida de hilos invisibles y en los cuartos de ocho, semejando una góndola suavemente mecida por las olas de un océano imaginario.

 

Y quienes llevaban un algo de romanticismo allá muy dentro, tejían endechas de amor, inspiradas en la dueña de su corazón.

 

No había lugar para pensar en cosas baladíes, el espíritu vagaba por inmensas geografías utópicas, en un vuelo fantástico, absorbente, maravilloso, dando rienda suelta a la loca imaginación, que como potro sin bridas se lanzaba, ebrio de infinito, tras la huella de un lucero o a la caza de un girón de nube, gasa sutil de ensueños bordados de esperanzas.

 

Así…… en aquellas noches plenilunares, sacábamos serenatas, que siempre fueron fugaces salidas de emoción, testimonios reales de una pasión profunda cuyas quejas se hacían oír en los versos cadenciosos y líricos de una canción el maestro Lara. Una guitarra hábilmente ejecutada, acompañaba una voz de timbre melódico, sentimental, emotivo.

Y se llegaba en puntillas a la puerta o a la ventana de la casa de la novia………… ni un ruido, un una voz, nada……………nada.

Programadas de antemano las canciones a interpretar, frente al balcón, de pronto al rasgueo de unas cuerdas, una voz o dos voces a dúo, dejando escapar con sentida emoción, unos versos de corte estrictamente romántico.

Satisfecho el deseo del trovador, se pasaba a la casa de la novia de otro de los serenateros y así hasta visitarlas todas. Al día siguiente, los comentarios de las chicas que habían escuchado la serenata, y aquellas eran demostraciones de un inmenso cariño, al mismo tiempo que determinaban un concepto de caballerosidad, decencia, cultura, alta moralidad.

 

Carlos Suazo (QDDG), profesional del derecho, inquieto, todo nervio y acción, era el mejor o uno de los mejores amigos nuestros. Cantaba muy bonito y tocaba un poco la guitarra. Anido en su corazón amores tan grandes, que echaron raíces en la tierra olanchana y fundió su sangre paceña con la juticalpana. Solo Carlos conseguía con Chente una guitarra española que éste tenía, y cuando querían ir a serenatear, juntos chema, Carlos Barrientos, el propio Suazo y quien sabe cuantos más, como a las 10 de la noche se encaminaban a mi barrio  de La Hoya a levantarme para que los acompañara, pues yo era necesario ya que tocaba la guitarra y cantaba. Llegaban a una ventana que mi dormitorio tenía hacia la calle, tocaban suavemente y me llamaban con voz muy tenue, para no despertar a mi hermano mayor con quien compartía la pieza. Estaba ya dormido, pero el insistente toque al fin me despertaba y al instante les reconocía. Luego indagaba sobre lo que siempre se necesitaba y me respondían: “aquí” andamos la guitarra de Chente, y rasgaban las cuerdas para que las identificara y a continuación, otro agregaba: y andamos una libra! No habían terminado de decirlo cuando ya tenía puestos los pantalones y loco buscando a oscuras la camisa y zapatos y todo para terminar de vestirme en la calle.

Y a empezar la ronda romántica, desde luego, estimulado ya por los vapores del vino de los dioses.

Aunque a nosotros nunca nos pasó. Pero a mas de un serenatero enamorado le sorprendieron súbitamente, arrojándole por la puerta o la ventana, todo el contenido, nada adorante, que la “suegra” disgustada le regalaba y que como a propósito guardaba en la taza de noche.

 

Pero todo se soportaba con resignación en aras de aquellos castos amores, y si el líquido provenía del sistema urinario de la Dulcinea, el galán lo apreciaba como si hubiese sido un costoso perfume de la marca Channel 5. Qué cosas!

 

Pasa en este momento por mi oficina un Oficial de nuestro Ejercito Nacional, bien vestido, impecable su uniforme y sus insignias que acreditan su grado. Y de pronto viene a mi memoria la despampanante y ridícula figura de nuestros soldados de ayer.

Vestidos de de civil, harapientos, sucios, mal olientes, con caites de suela o cuero crudo, sombrero de paja, roto; con un bolsón de azulón guindado del hombro pero cruzándole el pecho, en el que andaba a lo sumo una docena de cartuchos de calibre X para el fusil de entonces que eran de la marca Infume, grandísimos y pesados.

Y bueno será que diga en que forma hacían la requisa para sentar plaza. Como hasta hoy, solo los campesinos eran lo que iban a hacerla, porque los hijos de papá, todavía no son ciudadanos y no les compete el cumplimiento de un deber que es ineludible. Aquellos infelices, traídos a la fuerza (orden superior), venían todos los domingos a la parada, una especie de ejercicio militar que se realizaba con fusiles de madera y bajo la dirección de un improvisado instructor y monitores seleccionados entre los mismos ciudadanos.

De allí, sacaban a los que necesitaban en el cuartel y como el miserable sueldo que quizás percibían no les alcanzaba ni para pagar su comida, la duración de la plaza era corta. Y el ex soldado, de regreso a su casa de la aldea, tenía que trabajar y ahorrar para venir a pagar los chíos que dejo en la ciudad cuando hizo su plaza.

 

Y eran aquellos mismos defensores de la patria lo que, cada vez que se necesitaba hacer del conocimiento del pueblo alguna ordenanza de Policía o cualquier otra cosa oficial, salían en fila india por las principales calles de la ciudad y haciendo alto en cada esquina, en donde el lector, previo un toque de corneta, daba lectura al bando. Y así se enteraba todo el mundo de las disposiciones gubernamentales, que eran cumplidas al pie de la letra.

 

Creo que tú, amigo mío, estarás inquiriendo porque he escrito tantas cuartillas en forma tan desordenada. Ya te lo dije en las Explicaciones Necesarias que sirven de prólogo. No bosquejé previamente ningún orden, ni siquiera cronológico de los hechos aquí relatados. En la medida que fui recordándolos uno a uno, los fui escribiendo y ellos, es mi opinión, no le resta mérito a lo que intento significar con esta colección de páginas encuadernadas, en forma de libro, pero que no lo es.

Quiero llevarte conmigo, como hasta ahora, por distintos lugares, en distintas épocas y bajo diversas condiciones. Has escuchado algunas cosas que, seguramente, antes no las escuchaste. Y eso, precisamente, lo que forman parte de nuestra idiosincrasia como pueblo, de nuestra propia naturaleza y que por considerarlos baladíes nadie los toca.

 

Dije antes, que en mis andanzas de trotamundo fui a pegar a San Francisco de Yojoa, pintoresco pueblo del departamento de Cortés. Antes agoté todos mis esfuerzos y los del Lic. Campos tratando de encontrar un trabajo en San Pedro Sula, pero la suerte me fue siempre muy adversa. Aunque de la Ceca a la Meca y no hallé una sola ocupación. Recuerdo que Mr. Pell, entonces Gerente de la Tabacalera Hondureña no quiso darme un trabajo como descargador de camiones, a quienes ví en ese trabajo. Fijando sus ojos en mí, y quizás viendo aquel cuerpo enteco y desgarbado, seguramente se ha de haber reído de mi solicitud y no me dio el chance, prometiéndome que la primera oportunidad sería para mí; él sabía que yo era un Maestro de Escuela.

 

Cosas del destino, el propio día que yo salí para San Francisco de Yojoa a hacerme cargo de la Dirección de la Escuela MIGUEL PAZ BARAHONA, me estaba llamando por medio del Lic. Eduardo Campos, para que me presentara a su oficina, pero yo estaba ya en otro lugar.

 

Quijote y Sancho Panza hacían su ingreso a San Francisco, una soleada tarde del mes de Julio de 1948. Como no había entonces una buena carretera como hoy, el trayecto entre Río Lindo y  el mencionado pueblo, se hacía a caballo y al efecto me mandaron a encontrar con un muchacho que llevaba dos bestias y en ellas entraron don Víctor y doña Piedad a aquel pueblo, hoy tan querido para nosotros.

 

Todo nos tenían preparados: una casa recién construida, muy cómoda y el calor de una familia como nunca siquiera sospechamos. Fuimos recibidos a cuerpo de rey y nada nos falto. Mi actuación mereció la aprobación de mi jefe inmediato superior el Sr. Director Departamental de EP: el Prof. Abraham Mejía Z. así como de la comunidad entera. Para conocer a los padres de familia, solía salir todas las tardes a visitarlos y en amenas pláticas, les daba información acerca de mi persona a fin de que tuvieran un concepto claro y exacto de quién era el Maestro que tenían sus hijos. Muy pronto, conquisté el aprecio y consideración de aquellos buenos vecinos, de tal manera, que hoy a 38 años de distancia, los recuerdo y vibra en mi ser un sentimiento de honda simpatía porque supieron darse por entero a un desconocido. Allá dejé sinceras amistades y profundísimos cariños arraigados en mi corazón y San Francisco de Yojoa es parte de mi ser.

 

Estuve 20 meses y salí porque el mismo Prof. Mejía Z. habiendo sido trasladado a La Ceiba con el mismo puesto, me llevó a aquel puerto para que me hiciera cargo de la Inspección de las escuelas urbanas, cargo que desempeñé hasta Febrero de 1954. Y bueno será que diga aquí por qué dejé el puesto. Cuando llegué a La Ceiba, no sabía cual sería mi sueldo, porque solo pensé entonces en el ascenso y, naturalmente, en el cambio de lugar, cosa que satisfacía mis aspiraciones dado que ya había vivido en La Ceiba antes y allí tengo aun familiares y muchísimas amistades.

 

Al darme cuenta que mi sueldo era tan raquítico y que no me permitiría vivir (ya tenía entonces dos dependientes), expuse el caso a mi jefe quien trató el asunto con el Jefe del Consejo Deptal. El Cnel. Rafael Osaba P. y se acordó que se haría un pequeño incremento de parte de aquel organismo estatal. Apenas podía subsistir con aquel sueldo, pero me aguanté. A finales de 1952, el Secretario del Consejo Prof. Ignacio Vega, me comunicó que en última sesión del Consejo se había resuelto suprimir todos aquellos gastos que a su juicio consideraba superfluos, y entre esos gastos estaba aquel pequeñísimo egreso que hacía para mí. Aquello me cayó como un mazazo en mi cabeza y de pronto no supe que pensar. Era Diciembre y no tendría ni para comer un nacatamal en navidad, pero había que encarar la situación. No quise abandonar el cargo, cosa que lo pensé pero al mismo tiempo recordé que habría manchado mi record y no quise hacerlo. También es bueno que explique, que por aquel mísero sueldo que me daba el consejo, me dieron trabajos que me absorbieron mi tiempo y no podía cumplir con mis deberes de Inspector, lo que hice del conocimiento del Prof. Mejía, quien comprendiendo la situación, no tuvo otro remedio que aceptar. Desde mi llegada al Palacio Distrital de La Ceiba, se me asignó una mesa como escritorio, era una mesa metálica, llena de herrumbre, sin carpeta, una máquina de escribir marca Remington que supongo fue la primera que llegó a La Ceiba. La Oficinista de inferior categoría tenía en aquel amplio salón del Distrito, buen escritorio, buena máquina y mucha comodidad, pero para el Maestro encargado de la Inspectoría Local se escogió lo peor. Me sentí humillado, pero era mi misión y debía cumplirla. Bajo aquellas condiciones desempeñaba mi trabajo y fue entonces que me dí cuenta lo que significaba ser maestro. Con tanta ingratitud y sobre todo, viendo, como veía a diario cómo salía el dinero de las arcas distritales, a manos llenas para el jefe y sus adláteres, me causo inmenso dolor y solo esperaba el fin del año lectivo para presentar mi informe y largarme. Tenía todo preparado ya, y solo hacía falta llenar los cuadros del resultado de exámenes. Concluido el año, presente el informe al jefe del Concejo y le pedí, respetuosamente, que me cancelara mis vacaciones ya que no iba a seguir trabajando allí. Su respuesta fue cortante: “No hay dinero para pagarle, Profesor”, pero sí había para robarlo! Ironías de la vida. Sin dinero y apabullado, pasé a trabajar a la compañía frutera Standard en donde había conseguido un trabajo de Tomador de Tiempo (Time-keeper) en un campo llamado Bohemia, en el Distrito de Planes, en Colón. No habían casas para empleados ya que estaban en construcción, y cada fin de semana lo iba a pasar a La Ceiba con mi familia, regresando el lunes a mi trabajo. Así pasaron 3 meses hasta que me dieron una casa. Posteriormente fui trasladado siempre como Time-keeper a un campo vecino llamado Copete y de allí a la Oficina Central.

 

Un tiempo después, volví a Copete pero ya como Mandador de riego de veneno y agua (Spraymaster) lo que ya he relatado. En 1958 y estando en Coyoles Central, fui indemnizado por la compañía, pagándome todas mis prestaciones y regresé a Olancho.

 

Solicitados mis servicios profesionales en La Fraternidad, fui a trabajar como Inspector o sea Consejero como se les llama ahora, al mismo tiempo que servía algunas cátedras. Vinieron días difíciles que no quiero recordar y en 1962, entrando en otro capítulo de mi vida, me hallé de golpe y porrazo metido en una aventura, que aún perdura y la que constituye hoy por hoy, mi medio de vida. Me refiero a la Radiodifusión, empresa en la que empecé a luchar desde Febrero de 1962 y culminada el 7 de Diciembre del mismo año, cuando lanzábamos al aire la primera señal….”ESTA ES …..RADIO JUTICALPA, DESDE JUTICALPA, OLANCHO, HONDURAS, CENTRO AMÉRICA, TRANSMITIENDO EN 4950 KILOCICLOS ONDA CORTA”.

 

He dejado deliberadamente, un importante aspecto de mi vida, para tratarlo hasta ahora, cuando he escrito muchas cuartillas. Dejo relatado, no obstante, cuando me refiero a mi primera salida de mi lar nativo, un trozo poético cuando iba entre o sobre las nubes de un avión.

 

Ese importante aspecto se refiere a mi producción literaria, si es que así se le puede llamar, a un montón de remedo de poesías en las que se ensayan distintos géneros, predominan el clásico y más especialmente, el soneto.

 

No quiero incluir aquí en este primer y único esfuerzo, más que una poesía que dediqué con inmenso cariño y devoción sincera, a un gran amigo que a la vez era un buen Sacerdote Franciscano. Me estoy refiriendo al Padre Walter Mancini, QDDG, quien desarrolló en esta ciudad una gran obra apostólica y material. Su tesón y dinamismo quedaron plasmados en la remodelación interna que hizo al templo católico, en su dedicación juntamente con el Obispo de entonces Monseñor Bernardino Mazzarella, también fallecido, en la construcción de la Casa Cural, Hospital San Francisco y sobre todo en el edificio del Santa Clara, hoy prácticamente abandonado y destruyéndose por obra y gracia de otro Ministerio Eclesiástico que se largó a los Estados Unidos.

No puedo recordar este hecho, sin sentir una profunda congoja, al ver frustrados los ideales del Monseñor Mazzarella, hombre justo, honesto y progresista que quiso dejar a Juticalpa un centro educativo fundado por él, que tuvo una efímera vida pero que lanzó a la sociedad juticalpana, una pléyades de buenas profesionales, y era exclusivamente para señoritas: Instituto “Santa Clara”, rectorado por mi ex-compañera Dora Ferrera Muñoz.

 

Decía pues, que el Padre Mancini, venido a Olancho allá por 1948, supo conquistarse el cariño y el respeto de la feligresía católica. Organizó un grupo de hombres de buena voluntad, que trabajó para la Iglesia en muchos aspectos. Viven en mi recuerdo aquellos días de una franca y cordial amistad afincada en el amor cristiano, sin mezquinos intereses, sin egoísmos, sin reservas. Pero pasemos por alto aquella colaboración prestada en forma tan espontánea a la Iglesia y refirámosnos a la poesía.

 

HASTA LUEGO

 

Al Rev. Padre Walter Mancini, O.F.M.

Con motivo de su traslado a Boston, USA.

 

Llora la naturaleza…

un silencio solemne todo envuelve

y el alma sufre sin igual angustia.

 

De la tierra de Lincoln, el sublime,

de Jefferson, de Washington y Kennedy,

llegó un día hoy ya lejano

un siervo del seráfico Francisco.

 

Todo nervio, dinámica y cerebro,

comenzó la gran obra del espíritu

y aquella otra plasmada en obras grandes,

de piedra, de concreto y de granito.

 

La fe dormida ha tiempo en este suelo,

surgió de pronto como el ave Fénix

de las cenizas de un ayer pasivo,

cuando la iglesia anidó en sus templos

la magna proyección de su doctrina.

 

Como fuentes de la luz fueron los templos,

y a ellos llegaron todos los peregrinos,

para saciarse en el amor de Cristo

y hacer más fuerte el cuerpo Sacrosanto

del Dios Crucificado en el madero.

 

Olancho fue la hoguera inextinguible,

de fe robusta y anhelos tan sublimes,

por el fervor nacido cabe el ara

donde está Dios eterno y omnisciente.

los padres Franciscanos que de lejos,

llegaron a la pampa sin límite de Olancho,

trajeron en sus túnicas la gracia

de hacer el milagro.

ahí esta en la acción de los fieles resurrectos,

en la gloria de Cristo y de su Iglesia.

 

Ahí está la obra magnifica y serena,

consumada en lo humano y lo divino,

porque el hombre es mejor, mejor que antes,

la mujer se supera cada día

en la gracia divina que la asiste;

la juventud promesa es de una patria

más grande y respetada

por la acción bienhechora de la Grey Franciscana.

 

Los padres Franciscanos, los humildes

hijos de aquel Divino Ejemplo

de todas las virtudes de los hombres,

y todas las virtudes de los santos.

 

De aquella gran legión de abanderados

se quedó en Juticalpa, nido mío,

un sacerdote para hacerla grande,

para dejar en ella todo un cúmulo

de cosas grandes

del eterno padre y del hombre bueno.

 

Fue el Padre Walter Mancini, quien era en aras

de nuestra religión y de su gloria,

asumió la tarea aún inconclusa

de levantar la fe y hacerla inmensa.

 

Como una llamarada prendió luego

en corazones de jóvenes y ancianos,

y surgen hermandades que lograron

hacer conciencia en la conciencia misma.

 

Y allá en lo alto del Cielo, allá en la gloria hubo fiesta.

los Ángeles y arcángeles

con sus trompetas a Dios le alabaron

porque en la noche del vicio y del pecado,

brilló radiante la luz del evangelio.

 

Y cuando más el pueblo le quería,

quiere Dios poner entre él y sus ovejas

distancia material, pues que el espíritu

de Olancho todo le seguirá en silencio.

 

Queda su obra traducida en hechos

para que siempre, por siempre su recuerdo

sea acicate en el correr del tiempo

y no dejar la senda señalada.

 

Queda en la piedra y en el duro suelo,

de esta tierra que tanto ahora le quiere,

plasmada el ansia de saberla grande,

como el inmenso corazón que tiene.

 

La ACCION CATOLICA es hija de su espíritu,

y ante lo irremediable de partir,

canta con versos que son dolor y llanto,

que son angustia y pena y desencanto.

 

Padre Walter, mañana en la distancia,

que a su memoria acuda este recuerdo:

ACCION CATOLICA DE JUTICALPA HERMOSA

función cristiana de hombres olanchanos.

 

No decimos adiós porque seremos

dos páginas del mismo Sacro libro,

USTED, el título que anuncia el evangelio,

nosotros los versículos que evocan

la vida de unos hombres ayer rudos,

y hoy ya superados por su gracia.

quedamos huérfano de calor paterno,

nublan los ojos lágrimas sinceras,

y oprime el corazón desesperado

esta noche, la última entre su Grey Cristiana,

la pena de saber que ya mañana

será un recuerdo de luz en nuestras almas.

 

HASTA LUEGO, decimos a Usted Padre,

que plegue al Todopoderoso conservarle

lleno de vida y en otro tiempo vuelva

a cobijar bajo su manto, alero

de esta pléyade de hombres que un día

bajo su dirección hicieron la obra,

de ser participes en el resurgimiento

de nuestra religión, de nuestro credo.

 

Aquí quedamos llorando su partida,

brota un torrente de grandes emociones,

con fuego del amor grabado queda

un nombre inolvidable que da vida:

WALTER MANCINI…! ARRIBA CORAZONES!

 

 

   Aun cuando tengo muchas poesías de corte romántico, no es mi deseo, ni mi propósito, darlas a conocer. Si he publicado ésta, es porque en ella vuelco todo sentimiento cristiano hacia un hombre que, para mí en lo personal, significó mucho por su  don de gentes, su simpatía y nobleza.

El padre Walter volvió, a Juticalpa y aun cuando no se quedó aquí, siempre la visitaba ocasionalmente. La muerte le sorprendió en Ciudad Guatemala un 18 de Abril de 1981 y como una rara coincidencia, estoy escribiendo estos renglones un 16 de Abril de 1986.

 

Aquel año de 1937, el primero en mi vida de colegial en La Fraternidad, tuvo lugar una de las luchas estudiantiles que por el reinado del Centro Educativo, resistió mayor esplendor. Dos fuertes candidatos se disputaban aquel honor. Alicia y Ofelia. Exquisitas, bellas, gentiles y dulces, ambas se incrustaron en el corazón no solo de los estudiantes, sino del conglomerado juticalpense, que en una forma entusiasta pocas veces vista, se entregaron con ardor en una lucha de altura cívica y con el más elevado índice de moralidad.

 

Manifestaciones por las calles, vivando a la candidata; bailes populares, rifas y una serie de eventos para agenciarse fondos y comprar votos. Aquello era una fehaciente prueba de la cultura del pueblo, abanderado por los estudiantes y un parámetro indudable de nobleza y caballerosidad.

 

Practicando el último escrutinio, resultó vencedora Alicia, que era mi candidata y festejamos el triunfo con baile y toda una explosión de alegrías juveniles, de las cuales, naturalmente, participó el pueblo.

 

Se llegó la fecha de la coronación de Su Majestad Alicia I, Reina de los Estudiantes de La Fraternidad. Todo fue programado a la perfección por un equipo de personas capaces. El más pequeño detalle fue considerado, para que la fiesta fuera una expresión genuina de realeza. Se mandó a confeccionar un manto de terciopelo de color rojo grana, con costosísimos adornos a su alrededor. Era largo, muy largo. Una corona, digna de las Reales Majestades y un Cetro de igual categoría.

 

Se acondicionó con lujo y pomposidad, el amplio salón de la Escuela MANUELA GARAY CORTEZ, que fue demolido hace poco para construir el actual mercado SAN FRANCISCO, en el Barrio. Belén.

 

Lucía señorial…con una decoración nunca vista y con la iluminación que le daban una docena de lámparas de gasolina, a falta de luz eléctrica.

 

Los actos de protocolo fueron imponentes. Iba la Reina entrante del brazo de su señor padre, encantadora, tentadora, un sueño de fantasía. Discursos encendidos. Mucha literatura. Y concluimos aquellos actos, empezó la marimba a desgranar sus notas cadenciosas de su teclado de madera. Y los señores y las damas y damitas de nuestra culta sociedad se entregaron a las delicias del baile. Los estudiantes mayores igualmente, se lanzaron en un reto con sus novias, a disfrutar de aquella noche que todavía no se olvida.

 

Yo era entonces, un muchacho tímido; no sabía bailar, esquivaba a las muchachas, un gran inocentón y mientras todo el mundo se dedicaba a bailar, divertirse a lo grande, yo iba de aquí para allá solo viendo y tomando mucha orchata, que abundaba. Los compañeros de los cursos superiores, saboreaban ricos y finos licores, cervezas frías y gustaban sabrosos bocadillos. Aquel barullo no tuvo para mí el significado que para los demás. Recuerdo que en el salón de baile, me senté al lado de Teto Fúnez, quien acompañaba a su novia Gladis, enfrascados en una interminable plática amorosa. A medida que pasaban las horas, el sueño me fue invadiendo y entre cabezazo y cabezazo me fui recostando sobre el enamorado Teto, que entonces era el Juez de Letras Primero y supongo que, abstraído en su idilio, quizás no se dio ni cuenta cuando le puse a hacer el papel de niñera, recostado como estaba en su brazo. No sé si él me despertó, cansado ya de chinearme, o si lo hice por mi cuenta; lo cierto es que al despertarme, me sentí solo y con el único deseo de regresar a casa. Busqué un compañero mayor para que me condujera a La Hoya y así lo hizo.

 

Toño Rodríguez, Juan Ramón Durón y otros mayores que yo, esa noche le rindieron culto a Baco y al concluir la fiesta por la madrugada, se encaminaron al Parque, en donde Toño, se aferro a la verja y creyendo que estaba preso, empezó a inquirir lloriqueando, el por qué lo habían al tolete. Aquel chiste duró algún tiempo en el estudiantado y seguramente lo recuerda Toño allá en la intimidad de sus añoranzas en Tela, en donde reside.

Andaba por los 9 años en 1932 y una sola vez, de la mano de mi padre, participé en una reunión de tipo político. La ciudadanía del municipio de Juticalpa y de otros municipios vecinos, constituía una enorme colmena. Miles de hombres se habían dado cita en esta ciudad y el comentario obligado era uno solo; la llegada del LIDER del Partido Liberal, EL LEÓN DEL LIBERALISMO, Candidato a la Presidencia de la República, el Dr. José Ángel Zúniga Huete. Ya lo conocía por la propaganda que se venía haciendo con mucha actividad; posters, afiches, botones y toda clase de propaganda, y presentaba la efigie de un hombre serio, muy circunspecto, de rostro alargado que terminaba en una mandíbula con una pronunciada barbilla. Por eso, Se le apodó QUIJADÓN.

Los líderes locales, entre quienes el más dinámico era el Gral. Pompilio Aguiluz y con él , distinguidos ciudadanos como el Dr. Olivera Cálix, los hermanos Alfredo y Alejandro Lobo Cálix, los hermanos Olivera Cálix, don Abelino Cardona, don Encarnación Roque, y tantos y tantos otros, era todo acción en aquel día en que se esperaba ansiosamente al conductor de las milicias “eternamente jóvenes” del Partido Liberal. Todo aquel mar humano se encaminó al campo de aviación, ubicado en la parte oeste de esta ciudad. Todos atisbábamos el horizonte, tratando de ser cada uno el primero en divisar el pájaro de acero que traía al LIDER. Grupos grandes de personas se reunían para dialogar sobre política, mientras esperaban al visitante. Pasaban las horas, pero nadie parecía inquietarse por la larga espera.

Por fin, allá en el horizonte, como un punto que cada momento se hacía mas visible, apareció el avión y al unísono todos gritaron….”allá viene el avión”…. Y aquella abigarrada muchedumbre, se movía de allá para acá en un como histerismo indescriptible. Todos ansiaban conocer al LIDER, querían estar junto a él, darle la mano, abrazarlo.

Recuerdo que le pequeño avión que lo conducía que era un monoplano, no pujarla, y no con poca dificultad a toda aquella gente que impedía que el avión se posase, mientras tanto la máquina voladora es desplazada por los aires, en cerrados círculos sobre la ciudad y la gente aplaudía y gritaba y vivaba al Candidato liberal.

Se le había llevado al aeropuerto un caballo de fina estampa, con magnífica montura, para que al descender del avión lo montara el Dr. Zúñiga Huete.

Se posó el aparato y rodó por la pista hasta quedar en el extremo norte del Campo. Al parar el motor y abrir la puertecilla, aparece aquel hombre con sus brazos en alto, saludando a la multitud. Fue un maremagnun, una locura colectiva: vivas y más vivas, se dispararon cohetes de vara y hubo todo tipo de alegrías demostrativas de popularidad del candidato.

 

Bajo el hombre y al ofrecércele el caballo, lo montó y con quienes lo acompañaban, que eran figuras de relieve del Liberalismo de la época, también a caballo, encabezaron el desfile a la ciudad. Eran cuadras y cuadras llenas de personas portando banderas liberales y dirigiéndose al Parque FLORES, lo coparon totalmente con sus calles adyacentes. Vinieron luego los discursos y recuerdo muy bien al Dr. Pablo Ernesto Ayes Canelas, quien en improvisado discurso, se le iba la voz, emocionado como estaba.

 

Hubo fiesta partidista ese día. Los adversarios seguían el curso de los acontecimientos, ubicados en el local del Comité Local Nacionalista que estaba, precisamente, frente al Parque en el costado sur.

Las pasiones políticas estaban al rojo vivo y más de uno, temía que se produjera una tragedia entre cheles y  cachurecos. Changel sobre su caballo, sobresalía entre la muchedumbre y oteaba por todos lados, mientras los oradores lanzaban sus arengas encendidas de fervor partidarista.

En un momento dado, se produjo una súbita conmoción y aquel mar de gente, se estremeció……parecía ser el principio de lo esperado! Pero solo fue un amago porque a la postre nada sucedió. En aquel momento, un ciudadano que desde la puerta de una casa vecina escuchaba los discursos, cuando parecía que empezaría la tirazón, como medida de seguridad, se fue al suelo y metiéndose debajo de una meza de billar que había en la casa dicha, como era un tanto robusto y las mesas de billar son bajas, fue tanto su deseo de ponerse a buen recaudo, que se la llevaba sobre sus espaldas hasta que se detuvo en una pared. Aquello fue chiste por algún tiempo y esto es verdad y hay muchas con vida que lo recuerdan y pueden ratificarlo.

 

Esto se me quedaba en la máquina, pero lo recordé a tiempo.

 

Y en este endiablado laberinto, no quiero despedirme sin relatar otro episodio de mi vida, acaecido en los albores de mi juventud: Ya he relatado cómo hice mi primera comunión en el templo de Baco. Pues bien, aquella azotada de mi madre no surtió mucho efecto, porque poco tiempo después, aprovechando la temporada de los coyoles en la época veraniega, atendiendo la invitación de PAPA (Roberto Rodríguez Ayes) ingerí tanto vino de coyol que me produjo una borrachera de agarrar raza.

 

Nos pasamos toda la tarde inclinándonos sobre los espinosos árboles, en un bien barrido patio de la casa de María Rivera. Llegó la noche y nosotros continuábamos echándole.

 

No sé cómo pasó lo demás. Solo recuerdo que al siguiente día que me desperté como a las 4 de la mañana, estaba acostado en una cama que no era la mía y en un cuarto que tampoco era de mi casa. Aturdido por los efectos de la libación anterior, quedé mirando para todos lados y no atinaba a comprender en donde me hallaba, hasta que poco a poco fui viendo a PAPA acostado en una cama vecina. Lo llamé, y con una premura digna de mejoras acciones, le dije que me marchaba a casa de inmediato y que me abriera la puerta para salir.

 

Se levantó y me condujo a la puerta que daba a la calle y salgo mas corriendo que andando, pensando en cómo entraría a mi casa sin que mi madre se diera cuenta.

 

Pero como a los viejos nadie los engaña, ella, mi madre, fue a buscarme en mi dormitorio y al no encontrarme, preocupada desde luego ya que no sabía hacerlo, se dispuso a espiarme para saber a que hora entraba.

 

Seguramente me vio, dejó pasar un rato y luego se presento en mi cuarto, obligándome a levantarme, pero al contrario de lo que me pasó la primera vez, ahora no me vapuleó sino que me pusieron a darle vueltas a un molino de mano con el que molían la mezcla que se hace de maíz medio quebrado, con cuajada y con la cual se hacen las rosquillas.

 

En tal menester me agarró el día y , lógicamente la tremenda regañada que duró muchas horas, como todas las madres que lo hacen a son de consejos a los hijos descarriados.

 

Aquella fue mi segunda incursión y en la tercera, el castigo fue hender un poco de leña, de unos trozos de no sé qué palo, mas duro que un pedernal, con muchos nudos y con una hacha cuyo filo tenía un grosor de un cuarto de pulgada por lo menos, de manera que solo golpeaba sin cortar.

Los tres testigos primeros en mi inicio de lo que más tarde sería una enfermedad, no lograron arreglarme y cuando me hice hombrecito, con los amigos, disfrutaba en forma social, de los deleites que produce el licor.

Sobre el tema tengo muchas, pero muchas cosas que contar, pero eso queda en las páginas no escritas de mi otro libro.(?)

 

Tampoco quiero terminar estos relatos, sin hacer honor a algunos hombres, hijos legítimos de mi pueblo, que para desgracia de ellos y de la Patria, no pudieron desarrollar sus dones recibidos y el anonimato los envolvió en un velo que impidió que su luz se proyectara.

 

Por ejemplo, si Carlos Federico Sarmiento Fortín y su hermano Antonio hubiesen nacido en un país altamente civilizado e industrializado, habrían descollado como grandes inventores y hubiesen ocupado sitiales de honor entre los grandes benefactores de la humanidad como Edison, Bell, Fleming, Marconi, etc. Carlos Sarmiento, quien por desgracia de Dios aun vive en esta ciudad, desde su juventud dio grandes muestras de su talento creador. Sin asistir a ninguna Escuela Técnica por no existir, su espíritu inquieto e investigador lo arrastraba a probar y probar a hacer algo desconocido hasta que lo lograba.

Así, construyó réplicas de buques de lujo, a escala, verdaderos trasatlánticos con todos sus detalles en miniatura; aviones perfectos, tanques de oruga impulsados por cuerda que la sacaba de los relojes que él mismo arreglaba. Construyó además Carlos, un reloj al que le adaptó un par de ojos de lechuza, cuya figura le pintó en la caratula y que con el tic tac del mismo giraban de derecha a izquierda, y viceversa.

Siendo como es, un músico de marimba, las que también construía, Carlos Sarmiento hizo un xilófono, especie de marimba, de un solo teclado, que emite un agradable sonido metálico muy dulce y armonioso. Las teclas eran de pedazos de machete Collins y daban un sonido que en las fiestas, con marimba, ponía un paréntesis de suma complacencia.

 

Pero quizás lo más grande que Carlos hizo fue su Mutoscope. Pero déjenme decirles antes, que al xilófono de que hablé, Carlos lo llamó CARLOFONO.

 

Sigamos con el Mutoscope. En aquel tiempo a nadie se le habría ocurrido siquiera pensar que vendrían máquinas, con las cuales se podrían ver tantas cosas con solo introducirles una moneda. No se conocía la palabra rock-ola. Pues Carlos construyó su Mutoscope en el cual uno podía ver, con echarle una moneda (creo que era de a cinco centavos), un trozo de película de cine. Tenía su visor al cual uno se pegaba, echaba la moneda y al instante, accionada por pilas secas (de foco), se veían las imágenes en movimiento.

Un verdadero invento el que, si tomamos en cuenta que no tuvo Carlos un modelo para copiar, sino que todo fue producto de su don creador, llegaremos a la conclusión que una obra de un mérito indiscutible.

Carlos es un hombre polifacético. Además de carpintero, mecánico, inventor, músico y quien sabe que más, es pintor naturista como lo fue Velásquez, el de San Antonio de Oriente. Ha plasmado en el lienzo centenares de paisajes olanchanos, calles de la ciudad, paisajes marinos y una serie de pinturas al óleo casi todas, muchas de las cuales adornan salas de familias ricas de muchas ciudades del país.

Su hermano Antonio, quien también todavía vive aquí, es otro insigne hombre de talento genial. Fue una lástima para ellos y para Olancho que no hayan tenido la oportunidad de viajar al extranjero para haber desarrollado sus talentos.

Sirvan estas líneas para hacerles el honor que se merecen y perfilarlos como valores genuinos de mi Olancho.

Y quieren que les diga que Pablo Irías también hizo un rifle en su taller de herrería; un rifle completo, auténtico, pero parece que su invento le costo una carceleada, pero quedó demostrada su capacidad.

Así son los hombres grandes: humildes, con humildad de violeta, pero grandes ante quienes como yo, sabemos lo que significan. Loor a ellos y que Dios siempre les guarde.

 

 


MONCHO “E CHICA”

 

Es todo un personaje en nuestras estampas. Sin levita ni bombín, bastón ni monóculo, goza de amplia popularidad en mi barrio en donde nos hemos acostumbrado a llamarle por su diminutivo de Monchito ‘e Chica.

 

Fué llevado a la Pila Bautismal un buen día de los años 10 y el cura le impuso el nombre de Ramón. Su niñez, adolescencia y ahora su madurez, las ha pasado en esta ciudad natal suya, excepción hecha de un paréntesis en que fue –por razones obvias- huésped obligado de la P.C.

Ramón Romero…! Todo un nombre para un hijodalgo de la Madre Patria!, lo lleva con legítimo orgullo Monchito ‘e Chica, nieto amado de Francisca Romero (quien lo crió) y quien al cumplir su jornada terrena lo dejó solo –árbol aun no frutecido- abatido por vientos indomables de pobreza y de ignorancia.

 

Lo arrastró la corriente de la vida y entre su turbulencia, asido a la esperanza de sobrevivir de cualquier manera, logró escapar y posó su planta en una orilla y encamino sus pasos inciertos por el sendero que le disparó el azar. Siguió por él y llegó por fin uno, que por su inmadurez se le antojó un oasis; allí otra corriente de pecados capitales le arrebató y en su seno se abrevó en las fuentes oscuras de las pasiones desenfrenadas y los vicios. Asistió a la Escuela de Birján y comulgó en el templo de Baco.

 

En las luchas fratricidas del ayer, fue alistado como soldado y fusil al hombro recorrió la campiña olanchana. Sabe Dios que acciones cometió en tan largas correrías, y si “fizo” o “disfizo” entuertos cual un nuevo Sancho con su Don Quijote, el flamante “Coronel”.

 

Sin embargo, no se crea que Monchito ‘e Chica no dispone de medios honestos para ganarse el pan de cada día. Cómo no!. Una brocha de mezcal, un balde y una escalera, son material suficiente para echarse a la bolsa un par de billetes colorados, o bien, asentando uno contra otro dos filudos cuchillos, con punta y filo de bisturí, con los que, en menos que lo que cuento degüella y pela tres chanchos gordos, hallándole el sol con la sana alegría de quien ha cumplido su faena. Mas tarde, encaminando sus pasos por ahí, por donde ha recorrido diariamente, se empina varios guacales de chicha, pero de la buena y ya está en su punto, todo un hombre valiente y rico, imponderable y buen amigo.

Cuenta Monchito ‘e Chica, que en cierta ocasión –y muchos chanchos han muerto por sus cuchillos desde entonces- que acicateado por el irrefrenable deseo de beber y de tirar dados, dispuso firmar con su propia sangre un pacto con el Diablo, tal como dicen muchos que aquí lo han hecho y amasan inmensas fortunas con las que compran niños sin bautizo para entregarlos a Satanás.

Pues bien, Monchito ‘e Chica, quizás con el valor inyectado por unos cuantos tragos del “néctar blanco de los sueños negros”, se dispuso a ir en busca de Lucifer para lo cual se dirigió a El Cafetal, un lugar así llamado y que se halla en el otro lado del río frente al paso llamado Chacón.

El lugar aun en el día infunde respeto por la imponente soledad y la semi-oscuridad allí reinante, y por la noche, lógico es, despierta miedo en los que se creen valientes pero que se llenan de terror al crujir de una rama que pisen o el croar de una rana apresada por una culebra. No pudo ser más propicio el día escogido por Monchito para hacer el trueque de su alma con el diablo: era un VIERNES SANTO!

 

Cuando el viejo reloj de la catedral daba las doce campanadas de la medianoche, Monchito ‘e Chica estaba en medio de El Cafetal, solo, absolutamente solo y con voz de trueno que debió oírse muy lejos exclamó: “DIABLOOOOOOO… aquí estoy para entregarte mi alma si me das pisto. Vení que aquí estoy esperándote”.

Y repitió el estribillo varias veces……………SILENCIO…! Todo callaba y solo el eco repitió una a una sus palabras que fueron apagándose suavemente en la distancia.

De nuevo llamó al señor de la noche sin obtener respuesta alguna ni escuchar el bramido del viento entre los árboles, como dicen que acompaña al tan temido Ángel Negro.

 

La desilusión le invadía lentamente y su espíritu antes tan optimista al considerarse ya dueño de un enorme capital para dilapidarlo, y llegándole ese estado que sigue a las borracheras que han dado en llamar “goma”, Monchito iba sintiendo miedo al verse solo en aquella aventura en un Viernes Santo. Cavilaba sabe Dios en que cosas, cuando un vecino de este barrio de La Hoya, acertaba a pasar por el camino que bordea El Cafetal y quien oyó el llamado que Monchito hacía al Diablo.

Al punto lo reconoció por la voz y quiso jugarle una mala pasada. Penetró al Cafetal en dirección al lugar en donde creyó que se hallaba Monchito y cuando estaba a distancia prudente, sin ver nada por la oscuridad, le contestó con voz imperativa: “Aquí estoy….! Que querés? Yo soy el Diablo!”

Al oír esto Monchito, perdió el dominio de sus nervios y no supo que hacer ni que decir. Sintió que sus piernas se le volvían cual si fuesen un palo y quedó tieso. Luego, pudo huir como un loco y buscó en frenética carrera la salida……. Cruzando el río sin saber como, dejando abandonado el machete que llevaba y escapándose de ahogar en una poza en la que cayó. Después, como si despertase de un largo sueño, o mas propiamente dicho, de una larga pesadilla, se halló de nuevo en la ciudad sin deseos de obtener dinero por medio del Demonio.

Este es Monchito ‘e Chica. Todo un personaje! Señor que usa caites de llanta y que con su presencia pone notas pintorescas en el vivir monótono del barrio de La Hoya.

Su vida, sin luchas por la ausencia de sanas ambiciones, se desliza suave y lentamente y cual cirio encendido hace ya rato, va extinguiéndose entre vientos de pobreza y de hostilidad, pero siempre encendida, sino la llama de la fe y del entusiasmo, al menos de la inspiración que brindan dos sabrosos guacales de chicha de la buena.

 

 

Semana Santa 1961  

 

  

  

EL TAMARINDO DEL POETA TURCIOS

 

Allí esta aun erguido y fuerte el viejo tamarindo. Su frondoso ramaje deja escapar leve susurro al soplo de la brisa, y con el concierto matinal de los pájaros acaricia el oído de imberbes y atrevidos jóvenes y de núbiles doncellas.

Cuantos sueños forjados bajo tu sombra! Testigo mudo de un ayer mío, que hoy recuerdo con melancolía. Centinela taciturno del honor de nuestro máximo centro de estudios en cuyo patio se levanta airoso y desafiante.

Encaramado en su alta copa, el Poeta Turcios escribió sus primeros versos; avizoró el amplio horizonte de la campiña agreste, y respiró los aires puros que soplaron levemente el pulmón de aquel polluelo que más tarde batió sus alas de águila bravía por los cielos azulosos de la América.

Y allí está el viejo tamarindo! Diríase un abuelo bondadoso y gentil rodeado de cariñosos nietos, a quienes cuenta historias en las que él fue actor principal.

Aquella historia macabra le estremece, y en un hilo de voz que es un murmullo, cuenta el abuelo como las hordas del Presidente Medina, frenéticas e irrefrenables, en un loco intento de exterminio total, colgaron de sus ramas nudosas y fuertes a tantos infelices inocentes.

Se llenó el ambiente de gemidos lastimeros y de imprecaciones, y el viejo tamarindo, impotente, fue ayudante del verdugo en una estampa rediviva del colonialismo íbero.

Y ante el recuerdo doloroso de este retazo de nuestra historia llena de horror y de sangre, brotan de sus hojas miríadas de gotas cristalinas, que son lágrimas de dolor y arrepentimiento sinceros. Confeso ha sido de un crimen de lesa humanidad!

Mas, hay en la vida de este abuelo centenario, fúlgidos días de gloria. No podré borrar jamás de mi memoria, el día feliz en que teniendo entre mis manos el emblema sacrosanto de la Patria, juré contribuir con mis luces de profesional a su engrandecimiento y a poner cada día más en alto el nombre del centro que me albergó y en donde nutrí mi cerebro de sanas ideas y mi corazón de los más puros sentimientos.

Y no podrás tú, mi viejo tamarindo olvidarlo tampoco, porque abrazado a tu tronco me despedí de ti como si fuese a emprender un largo viaje. Te conté mis cuitas y te cante mis alegrías de mozuelo y te dije adiós sin verte, porque una lluvia de llanto me nublo los ojos.

Después de la ausencia volvía a verte y te encontré más fuerte y jovial: Impecablemente vestido con tu traje verde-oscuro. Nuevas voces escuché bajo tu fronda y abstraído un instante junto a ti, se llenaron de música mis oídos, de voces muy queridas, ya lejanas y oprimido el corazón por el recuerdo, paso a paso y cabizbajo fui alejándome para no llorar de verás.

Cómo ha pasado el tiempo abuelo! Ya perdí los rasgos de mi radiante juventud y tres retoños y una esposa, me recuerdan que hace mucho tiempo ya no soy un colegial.

 

No peino canas todavía, pero dentro de mi cerebro han madurado las ideas y en mi corazón –crisol irrompible- he fundido mis amores para vivir una vida más acorde con el espíritu, mi espíritu que empezó a modelarse en el hogar y siguió en las aulas que vigilas, bajo el estro luminoso de otros hombres que supieron honrarlas.

Han cambiado mucho las cosas, mi viejo tamarindo, y tú que notas con tristeza esta evolución –moralmente retrospectiva- exclamas: Oh tempora! Oh mores! Como el inmortal Cicerón. Con el suave susurro de tus hojas alegres y el estremecimiento rítmico de tus ramas aun frágiles, orienta nuestra juventud, a esa juventud fogosa que forma corro a tu sombra, olvidándose de tu pasado glorioso.

 

Trázales con tus brazos robustos una mejor trayectoria y que siguiendo el ejemplo de los verdaderos hombres del futuro, promesa de la Patria, se superen por el esfuerzo propio y la nobleza de sus actos.

Cuéntales la historia del joven Poeta que encaramado en tu alta copa escribió sus primeros versos; diles de los días felices del ayer con otros nietos tuyos, del honor de tu nombre, de tu alcurnia insospechada y de tu ancestro noble. Y que esa juventud en un rápido viraje, contemple la grandeza de ese centro de estudio y la afiancen en el decoro, la honestidad y la cultura.

 

Tu pasado no podrá mancillarse impunemente! Y quienes con plena responsabilidad de lo que eres y significas en la historia de nuestro Aeda Inmortal y en la historia de La Fraternidad, ose mancillarlo, que tu índice de fuego en un Yo Acuso elocuente en su mutismo, les anatematice y condene por deslealtad y traición. Y cuando ya ni la gloria, ni el honor, ni la grandeza, ni la cultura sean tu escudo ni blasones sean del centro en cuyo patio moras, que un rayo formidable –que no el hacha inmisericorde que un día del ayer nefasto los ignaros intentaron clavar en tu trono- viniendo de lo alto, en un trueno y visión de Apocalipsis, te mate y te destruya para que de tus cenizas cual Ave Fénix, nazca otro árbol que simbolice el nombre eterno de La Fraternidad, acaso cuando la juventud llena de sanas ambiciones y sus luchas de superación, abonen el fértil suelo de este pródigo Edén por quien suspiro el Poeta que encaramado en tu alta copa escribió sus primeros versos.

Y allí está aún erguido y fuerte el viejo TAMARINDO.

 

 

12 de Julio de 1961   

 

 

EL AIROPLANO

 

Quizás finalizaba la década de los 20 o se iniciaba la de los 30, de esto no estoy muy seguro. Frisaba yo entonces entre los 6 y 7 años, y como la vida de todos los olanchanos, la mía se diluía en la inquietud ancestral de siglos, cabe el conjuro enigmático de un alto índice de moralidad.

Enigmático, porque a través de los años, aquella acrisolada honradez, se ha tornado enigma que no alcanza a descifrar la gente joven de hoy.

 

Olancho, el gigante que aun no ha empezado a despertar, como la India Virgen que encontró Colón en su último viaje, dormía echado en un suelo no hollado por planta extranjera, aspirando el aroma de sus pinares inmensos, arrullado por la música de sus ríos Guayape, Guayambre, Telica, Juticalpa y los otros en cuyas corrientes cristalinas se refleja la exuberancia de este suelo bendito por Dios; las pepitas de oro arrastradas por las arenas del Guayape y del Patuca, producían un tintineo que como eco sonoro, era campanada anunciando el futuro promisorio que ya se empieza a vislumbrar como una aurora luminosa.

 

Quién en aquellos días había visto en el cielo límpido de Olancho un pájaro de acero? Virgen el espacio como virgen su suelo. Época del caballo que raudo corría por la pampa interminable tras el toro cerril, o como el otro, vehículo de lujo, cuyo robusto lomo cubría una elegante montura sobre la que montaba el caballero audaz, romántico y aventurero sacando chispas de fuego al pasar por las calles empedradas de la antañona cabecera olanchana; época del buen cansino tirando la carreta que transportaba el combustible sólido: la leña de puro palo de carbón que vendíase a dos leños por un centavo, de casa en casa, o bien, vendiendo zacate verde acabadito de cortar, que compraban los ricos para alimentar sus caballos, siempre a manos en amplias caballerizas. Así transcurría la vida de Olancho, monótona y tranquila. Una sola devoción: el trabajo redentor; un solo ideal:   vivir apaciblemente con la conciencia en paz, sin odios ni rencores, alimentando un elevado espíritu de servicio y hacer el bien a los demás por el bien mismo, por amor a Dios, sin egoístas intereses. No sé como se supo acá, mi corta edad no me permitía averiguar ninguna de estas cosas, pero un buen día, como reguero de pólvora se esparció la noticia de que vendría un avión. Y todo el mundo se hacía lenguas tratando de saber como sería ese aparato que vuela. Y su arribo se esperaba con infinita ansiedad.

No había campo de aterrizaje en Juticalpa. En donde, pues, “caería” el “airoplano?” Quién lo “manejaba”? Y de esta guisa, cada quien formulaba preguntas que nadie podía contestar. Se formaban grupos de personas mayores, para comentar el acontecimiento que vendría a romper la monotonía del quehacer olanchano.

Llegó por fin el día tan ansiosamente esperado y a eso de las diez de la mañana, por el norte de la ciudad apareció aquel aparato que hacía mucho ruido allá arriba. El cielo estaba despejado, sin una nube: era época de verano. Y todos gritaban al unísono: “el airoplano…. El airoplano…..vean el airoplano….”. Todos estaban en las calles mirando al cielo con la vista en el aparato volador que sobrevoló la ciudad en círculo y por fin se dirigió al sur.

Las viejecitas creyeron que había llegado el Juicio Final. Ya lo había predicho el Misionero Subirana cuando estuvo aquí en Olancho, que veríamos cosas raras. Ay, Dios mío…..! Y persignándose se ocultaron en el fondo de sus casas elevando preces al cielo, ante aquel hecho nunca antes visto, de un aparato que volaba como un “zope”.

 

Alguien dijo por ahí: “va a caer en Cayo Blanco”, y todos de inmediato se prepararon para dirigirse a aquella aldea que dista unos 20 o 25 kilómetros por el camino viejo. Quien tenía su caballo, con premura lo ensilló y partió hacía Cayo Blanco. Los demás iban a pie. Niños, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, todos iban frenéticos, jubilosos, casi a marcha forzada solo para ir a conocer el “airoplano”.

Y el viejo camino se llenó de gente en una procesión única en la larga historia de Olancho: nutrida, heterogénea, inquieta y febril.

Aquel día memorable, marca el primer día memorable, marca el primer jalón de progreso en Olancho, cuando surcó su cielo el primer avión. Era un monomotor, liviano, frágil, igual a las avionetas de hoy.

 

Mis hermanas y mi hermano mayor, naturalmente, no podían sustraerse a aquella oportunidad tan preciosa, de aquella fiesta olanchana y dispusieron el viaje. Mi hermano tenía a mano una yegua mansa que enseguida ensilló, y yo feliz, brincaba y gritaba porque me llevarían a conocer el “airoplano”. Salimos con la numerosa caravana y como era tan chico, mi hermano me llevaba cómodamente sentado sobre una almohada que puso encima del “pico” de la montura. Así llegamos al río Guayape y como era verano, estaba “seco”, es decir, con poco agua en el “paso” de Cayo Blanco. Su corriente rápida, cristalina, susurrante, dejaba ver las arenas blancas y finas, las mismas que arrastran oro que van a depositar al Patuca.

 

Cruzábamos el río y cuando estábamos exactamente en medio, un vientecillo, de esos que siempre soplan sobre los ríos, hizo volar mi sombrero. Mi sombrero era de palma, de los que en aquel tiempo apenas valían “un real” o “real y medio”, o sea 12 o 18 centavos, respectivamente.

Mi hermano quiso cogerlo y se bajó de la cabalgadura, dejándome solo sobre la montura. La yegua, sin rienda que la sujetara, dio un paso hacia adelante y al movérseme fui de lado por la montura y ….cataplún…caí al agua y me fui derechito al fondo del río. Mi hermano no se hallaba lejos de mí, y al verme caer al agua, “corrió” partiendo aguas para no dejarme ahogar. Me sacó “ensopado” hasta los huesos y mis hermanas un tanto asustadas me pusieron por ropas, un camisón de gruesa tela, de los que entonces usaban todas las mujeres para bañarse y el  que les llegaba hasta los tobillos para no enseñar parte alguna de su cuerpo. Mi sombrerito se fue aguas abajo quien sabe hasta donde, quizás fue a dar al mar por uno de los brazos del Patuca.

 

Arribamos a Cayo Blanco y allí estaba el “airoplano”, de lado, sobre el ala, con el tren de aterrizaje roto, pues el lugar en donde “cayó” no era ninguna pista sino una larga sábana que tenía muchos “baches”.

 

Maravillados ante aquel aparato, lo comimos con los ojos y nos hacíamos lenguas hablando de él. Me parece recordar que allí venía una señorita de apellido Navas, el piloto no sé quien era.  Un audaz aguilucho hondureño que como otro Lindberg fué el primero en hollar el firmamento olanchano.

No sé cuantos días estuvo allí el avión. Fue reparado, levantó vuelo y regresó a su base. Asi quedó “inaugurada” en Olancho la era de los viajes aéreos, acontecimientos que por poco me cuesta la vida.

 

Jamás mientras viva, voy a olvidarlo y ahora lo extraje de mis recuerdos, para participar en este concurso que patrocina SAHSA y con este relato revivir por unos momentos aquellos ya lejanos años de mi vida, hoy diferente entre el bullicio de un mundo que se hunde en el materialismo. (*)      

Y vale la pena decir que hoy en la era de los vuelos espaciales, del enorme Concord y de tantas otras maravillas, Olancho, como en aquel tiempo en que ocurrió lo relatado, después de muchos años de un eficiente servicio aéreo, ha quedado aislado, sin vuelos de itinerario.

Ya no vemos aviones en nuestra pista de Juticalpa ni en ninguna otra de Olancho, y es muy posible que nuestros nietos que no salgan de este lugar, como nosotros lo hicimos, tengan que viajar a otra parte del país para ir a conocer un “airoplano”.

 

23 de Octubre de 1976

 

(*)Este trabajo fue escrito para participar en un concurso patrocinado por SAHSA, concurso que jamás se llevó a cabo.

 

 

 

 

MI AMIGO “ROBERTO”

 

Corría el año de 1944 y yo era un trabajador de la Compañía Frutera Unida (United Fruit Company) que opera en nuestra Costa Norte. Un carpintero en una numerosa cuadrilla, que construía los barracones en una finca nueva llamada NANA CHUMBA.

 

Me llevó allí, no precisamente la necesidad de vivir de cualquier manera, pues aquí en el terruño habría vivido mejor, cabe el calor familiar, sino ese íntimo deseo del hombre joven de correr mundo y saciar sus ansias de aventurero.

 

La vida, monótona, rutinaria como es en esos campos en que solamente se vive apegado al trabajo, y en donde la aspiración languidece y se acaba entre la diaria faena y los oasis de los días de pago, fiestas efímeras que ponen la nota colorida con el calor del alcohol en las venas.

 

Yo, que en mi mochila de viajero sin rumbo, guardaba celosamente dos títulos que con hermosos caracteres góticos me acreditaban como Maestro de Enseñanza Primaria Urbana y Bachiller en Ciencias y Letras, en aquel campo sentía asfixiarme por la falta de un ambiente mejor. Las noches, después de diez horas de dura jornada (esa era entonces), alegres corillos formábamos debajo de los barracones y el chiste alegre y mordaz brotaba espontáneo, zahiriendo a veces a un compañero, pero de todos modos, la carcajada era testimonio de nuestra complacencia.

 

En la plática cordial sostenida con todos aquellos buenos muchachos: Miguel, el amigo noble y sincero; Manuel, sujeto serio, pero leal compañero; Damián, sureño de pobladas cejas, digno émulo de Tenorio; Luther, un ejemplar magníficio, de fuerza hercúlea y envidiable dentadura; Ernesto, polo opuesto a este último, flaco y desgarbada figura; Posantes, un viejo regañón trujillano, a quien poníamos furioso con nuestras bromas y nos mandaba al infierno en el paroxismo de su mal contenida cólera, y tantos y tantos otros cuyos nombres escapan a mi memoria, pero no su recuerdo tan grato ahora en la distancia y en el tiempo.

 

Había amistad sincera entre nosotros. Éramos hermanos en el mismo ideal de trabajar honradamente para vivir con la frente alta, nunca discutimos nada que no fuera aquellas cosas relacionadas íntimamente con el trabajo que desempeñábamos o con el programa a desarrollar en el día de pago en El Progreso.

Pero un día, estaba yo en mi cuarto, (un apartamento de un recién construido barracón, que nosotros íbamos estrenando), cuando llegó Miguel muy contento a darme una buena nueva: ese mismo día había llegado al Campo un nuevo trabajador, que como yo, era Maestro de Escuela Y Bachiller. Miguel comprendía que yo no me hallaba en mi mundo, y al saber que aquel nuevo compañero tenía títulos como yo, lógicamente pensó que a ambos nos convendría ponernos en inmediato contacto.

 

Así fue y después de indagar sobre algunos aspectos que mi curiosidad quería conocer, me llevó al cuarto del recién llegado.

 

Miguel, como amigo común de los dos, me presentó con frases elogiosas y tras un breve dialogo con cada uno de nosotros, se retiró, no sin antes pedirnos que trabáramos estrecha amistad. Este fue el inicio de mi relación amistosa con este nuevo amigo a quien llamaré Roberto.

 

Esa noche fue tan agradable la conversación que sostuvimos, que las horas se pasaron rápidamente y cuando consulté mi reloj, eran las once de la noche. Me despedí de Roberto, con un fuerte apretón de manos. Esa misma noche, abordábamos temas tan de suyo interesantes, que a la puerta de su cuarto, Roberto me indicó que los seguiríamos al día siguiente.

 

Naturalmente que yo, hundido como estaba en una desesperación porque no hallaba con quien poder hablar de algo que no fueran cosas de construir barracones, de mujeres fáciles y bebidas, hallé mi salvación en aquel amigo que me hablaba de Literatura, de Historia, de cosas del momento, y me habló de manera tan convincente, de……política. Pero no se crea que de la política vernácula, para echar cieno al mandón de turno; no, me habló de una política con proyecciones mas vastas.

 

Yo no entendía mucho de esas cosas, pues no obstante lo mucho que aprendí en las aulas de La Fraternidad, jamás me dijeron que había en el mundo una tremenda injusticia en la distribución de las riquezas materiales. Roberto, con un tacto digno de un diplomático de carrera, y acaso conociendo mi ignorancia de tales cosas, supo llevar adelante su labor sin dejar entrever mas que era un hondureño bien nacido sin otra aspiración que contribuir a la forja de una Patria Nueva y Mejor, con oportunidad para todos sin distinción de credos políticos, raza ni religión. Esto, lógico es, despierta curiosidad en cualquiera y mucho mas en un novato que como yo, acababa de salir del cascarón.

 

De allí en adelante, todas las tardes, sin perder una sola, Roberto y yo fuimos inseparables llegando a ser uno la sombra de el otro.

 

A falta de un sitio de recreo mejor, escogimos para nuestros cotidianos paseos, el ramal de la línea férrea que estaba entre el bananal y la barraconería.

 

Lentamente recorríamos mas de un kilómetro para arriba y para abajo siempre platicando sobre el mismo tema, y Roberto insistía en su cantinela: “No crees tú, Víctor que es injusto que mientras unos amasan inmensas fortunas a veces en forma no muy honesta, haya otros que mueren de hambre sin que nadie les ayude?” y otras cosas por el estilo que dichas diariamente y adobadas con un lenguaje florido, me iban haciendo ver lo cierto de aquello de mi amigo Roberto. Bien –le dije cierto día- qué podemos hacer tú y yo para mejorar esta situación del mundo? Quiénes somos nosotros para poder lograr eso que tú dices? Claro que hay injusticia en el mundo, pero no somos los llamados a remediar este mal que envuelve a todos los pueblos del orbe.

 

No, me dijo, estas en un error mi querido Víctor, hay ciertos países en la tierra que no tienen estos problemas sociales; en esos países si hay verdadera justicia y cada hombre vive una vida mejor sin ser objeto de explotación por el hombre mismo. Qué países son esos, Roberto? Indagué. Bien, algún día lo sabrás, por ahora solo puedo decirte que en Honduras es necesario, indispensable, una revolución social que acabe con estas injusticias.

 

Si bien es cierto que era ciego en política, y en cosas del orden social, el viraje dado al asunto, de parte de Roberto, me hizo pensar en que algo tramaba.

 

Y en las noches en mi cuarto, le daba vueltas y mas vueltas en mi cabeza, tratando de saber que se proponía, pero aún no era tiempo que lo supiera porque no había clarificado mucho la cuestión.

 

Por fin, y después de un mes de aquellos diarios paseos y las interminables pláticas arriba y abajo por la línea del ferrocarril, Roberto creyó llegado el momento y fue mas explícito conmigo y me dijo en forma seria lo que debía hacerse.

 

No obstante, al decirme de la formación de un partido político que no era ninguno de los tradicionales en Hondura y al cual él pertenecía, le pregunté por su emblema y no quiso decirme nada, dejándolo para después.

 

Aquello me intrigó y no atiné a saber por qué me ocultaba una cosa tan natural, como la de que un partido político tenga un emblema con cualquier color. No fue sino mucho después que me lo dijo.

 

Ya estaba yo en lo cierto y Roberto me había “vomitado” todo lo que yo quería saber, pues mi curiosidad rebasó los límites prudentes y entonces era yo quien lo acicateaba con preguntas y mas preguntas, alentándolo para que me dijera, qué había por hacer.

 

Tú eres ya una nueva célula, me dijo, y ya estás registrado como tal: ahora trabajarás en la misma forma que yo trabajé contigo; pero te advierto que antes te cerciores del tipo que piensas abordar. Debe ser un tipo inteligente, capaz de comprender estas cosas y no nos vaya a delatar.

 

Le ofrecí que sí lo haría, pero le puse antes una condición sine quanon: debía conocer personalmente a la persona que llegaba al Campo mensualmente con literatura para el adoctrinamiento y de quien el mismo Roberto me había hablado antes. No quiso aceptar esta condición y se me salió por la tangente con subterfugios; no quise desaprobarle su proceder, pero no me gustó. Así las cosas, leí muchos libros traídos por aquel misterioso agente de propaganda.

 

En aquel Campo, lleno de gente ruda, trabajadora y honrada, noble y buena, no podía por razón de las circunstancias reinantes entonces, hacerse labor proselitista sin pecar de imprudente y dar con mis huesos en una cárcel o en una fosa olvidada en un bananal.

 

Con la ilustración obtenida de Roberto, que era lo que yo quería saber, estaba preparado para no dejarme sorprender muy fácil, y la lectura de aquellos libros me dieron la clave del asunto: era sencillamente la simiente de una doctrina exótica en nuestro país, que pugnaba a través de ingenuos, implantarse para destruirlo todo, para cambiar un sistema y establecer otro de opresión.

 

Leal para Roberto, no le dije nada sobre sí o no, estaba haciendo labor de proselitismo, pero le hice ver que yo encontraba eso muy peligroso y que yo,  en fin de cuentas no iba a morirme en aquellos lugares; mas aún, le dije que en mi lugar de origen no había necesidad de buscar tales medios para hacer una revolución social, porque aquí quien mas, quien menos, tenía su medio de vida honesto.

 

Deja que sean otros –le dije- quienes hagan estas cosas y sigamos nosotros en la lucha por la vida sin meternos a redentores.

 

Advierto, que en ningún momento Roberto abordó temas de carácter religioso;  no hallé en él a ningún ateo o materialista y al contrario, era un hombre a quien el vínculo familiar le obsedía y en varias ocasiones me habló de su familia, de sus amores sanos y sus ideas con respecto al matrimonio. Todo esto, ahora en la distancia, me hace pensar que él fue un ingenuo que seducido por otro “camarada”, creyó en verdad, que puede cambiarse la situación de los pueblos con ambicionarlo y hacer una labor de zapa donde quiera que uno se halle, cosas que dado su dinamismo e inteligencia, resulta muy natural. La juventud inexperta es presa codiciada y Roberto, muchacho muy despierto y preparado, fue adoctrinado para la labor, pero estoy seguro que no fue muy fructífera, pues cuando hubo pasado algún tiempo, aquel interés mostrado al principio, fue decayendo poco a poco, en tanto nuestra amistad se afirmaba mas sobre la segura base de la comprensión y la sinceridad; por eso digo que Roberto, igual que yo, era un aprendiz de la doctrina que no alcanzó a pasar el “quita-calzón” en el sentido práctico aunque sí se embebió de ideas que no quiso o no pudo llevar a la realidad. Lo cierto es que allí quedó todo. Yo no traté de convencer a nadie de que en el mundo “imperialista”, el hombre explota al hombre, y me conformé con aumentar mis conocimientos con algo nuevo. Satisfice mi curiosidad y no quise adentrarme en aquel mar turbulento que habría hecho zozobrar la débil barca de mi vida, incipiente entonces. Después vino la separación. Roberto se volvió a su lugar natal y yo al mío. Han pasado ya 17 años y su recuerdo se afinca a mis sentimientos cada día mas. Él, convencido de que no arribaría a puerto seguro navegando en mar tan proceloso, con la libertad que ofrece la democracia, obtuvo un magnífico empleo y sé que hoy goza de una buena posición económica, olvidado ya que un día en un Campo Frutero fué ”Quijote” que anheló el implantamiento de una doctrina que es la de los “desesperados”, lo dice asi Alejandro Valladares y es lo cierto.

 

  Bueno sería saber, si los “camaradas criollos” trabajan asi como Roberto; tal vez no, porque ahora tienen libertad para decir y hacer lo que les plazca sin temor al castigo, y allá por el 44 era muy diferente la cosa.

 

En nuestro pueblo no pude, ni podrá florecer nunca una causa que niega a Dios y que considera a la persona humana, no como tal, sino como objeto capaz de hacer con ella trueques como con cualquier cosa, y se pida por dos miserables gusanos un tractor agrícola, como sucede en la Cuba Socialista de hoy.

 

Juticalpa, Mayo de 1961


 

MI AMIGO “NANDO”

 

Antes de seguir adelante, debo una explicación. Quienes saben quien era mi “AMIGO NANDO” estarán sobre una interrogante tratando de saber por qué yo he titulado este trabajo así. Pues no hay cosa más fácil de explicar. Nando era mi mejor amigo. Un amigo íntimo con quien gasté siempre bromas de buen gusto; como aquella en que recordaba un hecho de armas en Playa Grande, en donde según su decir, el “tufo” de la pólvora le llegó muy dentro y que muchos de los flamantes “Coroneles” de hoy ni siquiera han sentido. Así solía explicar su participación forzosa en las guerras intestinas de nuestro ayer, cuando bastaba un buen “cacho” para reunir suficiente número de hombres para empezar una montonera. Acaso entonces y de esto no estoy seguro, fue cuando obtuvo el grado de “CORONEL”.

 

Para mejor comprensión de lo que en adelante habremos de exponer, considero muy prudente y conveniente que presente a este “MI PERSONAJE INOLVIDABLE” desde cuando vino al mundo y si antes, sería mejor. Si él no me engañaba, fue fruto legítimo del matrimonio que a la buena –que no siempre los matrimonios se hacen por amor- que en el siglo pasado formaron don MARCOS RUBÍ, de ascendencia guatemalteca y doña CIPRIANA CARIAS, olanchana por los cuatro costados. De esto hacia atrás, no sé nada más pues mi “AMIGO NANDO” creo que también lo ignoro o acaso no tuvo interés en escarbar hasta las raíces de su árbol genealógico.

 

Decíamos antes, que sus progenitores lo trajeron al mundo por amor, pero debemos agregar que fue el último fruto de aquellos castos amores pues antes que él, nueve retoños y ya gruesas ramas formaban un árbol plantado en la pampa de Olancho, cabe al maravilloso río de las arenas de oro. Un apacible lugar: Cayo Blanco, vio correr a mi amigo NANDO por las dilatadas llanuras tras el caraván patilargo en las tardes precursoras de plenilunio o arreando la vacada. Allí nació mi amigo NANDO un 29 de mayo del año del señor de 1881. Quiso el que todo lo puede, hacerlo venir al mundo en un tiempo en que la puridad de las costumbres y el desinterés por otras cosas que hoy constituyen motivos de honda preocupación, eran ley inviolable y atentar contra aquella equivalía a un juicio inquisitorial.

 

NANDO fue, como es lógico en todas las familias numerosas, por razón de ser el último hijo, un niño mimado de don MARCOS y doña CIPRIANA sentía especial placer en brindarle sus mimos, acaso pensando en que su atributo de mujer cerraba gloriosamente sus largos capítulos pues no volvería a concebir otro hijo. Así, mi amigo NANDO gozó de privilegios que los otros miembros de la familia no gozaron. Sus caprichos de niño fueron satisfechos de buena gana y sin que  esto, desde luego, entrañe la idea de que impuso su voluntad, ya que en aquellos tiempos los reglamentos de cada familia, sancionados por el “VIEJO” de la casa, eran invariablemente cumplidos y uno de cuyos capítulos era sin lugar a dudas la obediencia sin reclamos. Pero mi amigo NANDO supo como capitalizar su condición de hijo menor y así esquivó un tanto en los días de su niñez, algunos de los deberes impuestos para cada día.

 

Eran don MARCOS y doña CIPRIANA, personas que gozaban de muchas y distinguidas consideraciones entre las gentes del caserío y aún de esta ciudad. Su don de gentes, su amplio espíritu de hospitalidad y sobre todo su acrisolada honradez, les formaron una aureola de simpatía y confianza que fue escudo para conservar a través del tiempo el prestigio de su apellido. Y entonces, decir Rubí, fue seguro testimonio de reconocimiento a un hogar humilde que consagró sus días a rendir culto a esa virtud ciudadana: la honradez.

 

Claro está, que a mi es imposible hacer una apología de mi amigo NANDO. En primer lugar, no pretendo tal cosa y por otra parte, no tengo los suficientes elementos de capacidad para emprender una obra de tal naturaleza, por tanto, este trabajo no habrá de ceñirse a reglas de ninguna clase y habrá de ser una aparente relación de hechos y circunstancias en las que intervino directa o indirectamente mi amigo NANDO.

 

Aún cuando el aprendizaje de las ciencias en aquellos tiempos de oro para la moral, saber el Catecismo y empaparse en la Cartilla de San Juan, eran indispensables, y mi amigo NANDO vino a la escuela a Juticalpa. Las intrincadas matemáticas tuvieron su quehacer con este novel aspirante y la literatura no pudo esperar prodigios de quien no parecía guardarle mucha simpatía. No obstante, aprendió muy bien a escribir, leer y contar lo suficiente como para desempeñar acertadamente algunos puestos al menos en la institución edilicia y cuando los miembros eran electos por el pueblo entre los más honrados y llenos de amor a su pueblo para hacerlo progresar, quienes tenían menos luces que nuestros funcionarios de hoy. Siguió el tiempo pasando como se desliza aún la corriente del Guayape sobre su lecho arenoso llevando en su seno el metal codiciado, y mi amigo NANDO, entre tanto, iba creciendo en un ambiente de paz y de respeto al reglamento hogareño.

 

Ubiquémonos ahora en la edad de oro de su juventud. Cómo fue? Poco conozco de ella, pero a juzgar por lo que mas tarde supo hacer, deduzco que se deslizo sin tropiezos. Acaso no haya habido grandes ideales, pero tampoco hubo frustraciones. Llenó su época con lo asequible y disfrutó de la vida a su manera. El amor le llevó a la conquista de juveniles corazones y más de una gentil doncella fijó sus ojos en el galante pueblerino de color moreno que con frases melifluas supo darse por entero ante un impulso emotivo brotado de un corazón apretujado de amor. Y supo además cantar con versos sentidos a la causa de sus desvelos.

 

Recuerdo bien ahora cuando mi amigo NANDO hacia las reminiscencias de su juventud. Solía hacerse lenguas hablando de las “FUNCIONES” de antaño y me refiero a la Feria Patronal de la Virgen de Concepción del 8 al 16 de Diciembre aquí en Juticalpa. La familia se preparaba toda para venir a pasarla aquí en la casa que don MARCOS  y doña CIPRIANA habían construido en el Barrio La Hoya. Justamente llegaban el 7 de Diciembre, vísperas de la Feria y cuando las campanas repicaban alegremente las 12 indicando el inicio de la misma, una cabalgata alegre ingresaba a esta ciudad mostrando todos una sana alegría y las muchachas sonrientes sobre sus cómodos galápagos, especie de montura para uso exclusivamente femenino, acariciando un sueño en donde se destacaba el Príncipe Azul de la leyenda.

Bajo la mirada austera de don MARCOS que presidía siempre cada salida de los hijos, pasaban aquellos días inolvidables. Sujetos a la disciplina rigurosa del tiempo, ninguna cosa lograba opacar la límpida actuación de los muchachos y las muchachas Rubí Carías.

 

Pasada la función volvían a su vieja casona de Cayo Blanco a seguir bregando en los quehaceres domésticos, las muchachas, al cuidado de doña Cipriana y los varones en el campo ayudando a don MARCOS en las tareas cotidianas de la agricultura.

 

Pero mi amigo NANDO debía cumplir su misión y ya hecho hombre, siguiendo el sendero que el destino le tenía deparado, conoció a una joven viuda, de agradable aspecto de quien se enamoró perdidamente y quien supo corresponder al galán que le prometió la felicidad entera.

 

Se unieron las almas y los cuerpos y un nuevo árbol nació. Nuevos retoños vivieron a alegrar un hogar en donde hubo entendimiento y más que todo mucho amor. Seis fueron en total los hijos nacidos de aquella unión jurada ante sí y mi amigo NANDO, todo un hombre, se perfiló como un perfecto organizador y se dedicó a la agricultura auxiliado por su mujer que siempre fue estrella en su vida encauzándolo por mejores rutas de adelanto logrando así, amasar una pequeña fortuna.

 

Se destacó en el ambiente propio y trayendo desde niño un claro concepto de lo que vale la honradez, se apegó ciegamente a la doctrina que le diera su padre, escapando de las tentaciones que en ocasiones diversas ponen al hombre entre dilemas de angustia.

 

Mi amigo NANDO no se amilanó ante nada y el trabajo honrado constituyó su culto diario. Los deberes que le imponía su condición de ciudadano supo cumplirlos a cabalidad y decididamente se enroló en el Partido Liberal porque en él halló la concreción de sus aspiraciones y de sus ideales de hombre íntegro y de ciudadano ansioso de hacer algo por su Patria.

 

Militó en él sin claudicaciones hasta el último día de su vida y supo conquistar con su ejemplo y su tesonera labor, muchos adeptos para su Partido al que amó sinceramente aún cuando no hiciera de la política un modus vivendi, pues fue de los hombres que consideró siempre que al Partido y a la Patria hay que servirlos sin reservas y con desinterés.

 

Tengo sobradísimas razones para conocer estos detalles de mi amigo NANDO. Él y yo convivimos porque Dios así lo quiso, nada menos que 43 años, un mes y 15 días exactos. Una larga relación que me dio la oportunidad de conocerlo en todos sus aspectos. Y vive Dios que para mí, no hubo, ni habrá otro hombre más relevante en una sencillez sublime o en una casi inocencia de sentimientos nobilísimos jamás opacados por el pecado del odio, la envidia o el rencor. Sería prolijo enumerar los hechos numerosos que testimonian este aserto. Y si yo no dijera lo que voy a decir, centenares de labios se abrirían presurosos para reprochar mi cobardía. Mi amigo NANDO era el amigo de todos y muy especialmente de los desheredados de la fortuna, de los que por razones desconocidas tomaron el sendero torcido de los vicios, de los que quien sabe por qué causas perdieron la razón, de los pobres de espíritu que buscaron un alero en su humilde casita o un bocado en días difíciles para ellos. Ese calor de hogar, la frase cariñosa oportuna, el enervante líquido que disipa momentáneamente los rigores de una cruda, el sustento para mitigar el hambre fueron proporcionados siempre por mi amigo NANDO a quienes se acercaron a él. Su casa fue pues, hospedaje gratuito, hospicio a veces, manicomio otras y sobre un templo en donde se rindió eterno culto a la caridad cristiana. De esa caridad que se da por amor al prójimo porque es hermano y porque en él se ve al mismo Jesucristo; de esa caridad que se entrega totalmente sin reservas sin esperar otra recompensa que el premio de Dios, en el día supremo de nuestra comparecencia ante el Supremo Juez. He aquí explicado porqué mi amigo NANDO contó con tantos y tan buenos amigos. Para él su amigo no fue el poderoso, ni el burócrata, ni el ilustrado; parecía sentir mas esa amistad tributada a los menos afortunados y en su rostro ya rugoso por los años se dejaba traslucir su íntima alegría cuando venían las caravanas de amigos a hospedarse a su casa tendiéndoles una mano franca y abriéndoles un corazón de oro.

 

Y en cada amanecer yo tenía que ir a saludar a mi amigo NANDO. En ocasiones muy serio, me contestaba el saludo con un dejo de reproche como si algo tuviese que resentir. Que tal amaneció don NANDO? Le preguntaba solícito y él me contestaba con un seco: Bien. Comprendía entonces que mi amigo NANDO no estaba de muy buen humor y optaba por dejarle solo. En el transcurso del día se disipaba aquel mal humor y muy luego estaba dispuesto a encarar cualquier cosa con suma espontaneidad y se enfrascaba en largas pláticas sobre las cosas más baladíes o sobre los más palpitantes temas de actualidad.

 

Discutía política nacional e internacional; la actuación de los funcionarios locales y de todos quienes tienen que poner algo en el progreso del país y solía quejarse de esta evolución retrospectiva moralmente del mundo de hoy. Como haciendo un viraje a su ayer, sentía placer inmenso en patentizar aquella edad de oro de sus mejores días; cuando un niño era tan educado con todo el mundo y si alguno cometía una falta a cualquier persona adulta, ésta estaba facultada a romperle el hocico por malcriado, recibiendo la felicitación y agradecimiento de los progenitores del fulanito y hasta su sabrosa taza de chocolate o café.

 

Como antes he explicado, yo conviví con mi amigo NANDO más de 43 años y a su lado estuve hasta que en un momento de angustia indecible le vi cerrar sus ojos para siempre en un lecho rodeado de mujeres que lloraban musitando oraciones.

 

En tan largo lapso mi amigo NANDO no tuvo nunca una frase para mí que no estuviese ajustada a la más estricta moral. Acaso porque mi comportamiento no diera lugar, pero yo aseguro que jamás tuve el honor de recibir una paliza de quien tenía exclusivo poder para hacerlo. Añoro hoy con tristeza en el alma aquellos días en que me tomaba de la mano en las “Funciones” como ésta que se avecina y nos llevaba junto con mi hermano Antonio al Parque para que admiráramos las bellezas de los fuegos pirotécnicos. Sentíamos un poco de miedo ante el reventar de tantos petardos y el Toro de Fuego nos infundía pavor sobre todo cuando se dirigía hacia donde estábamos nosotros agarrados de la mano de NANDO quien al vernos tan medrosos nos protegía con su cuerpo. Luego nos daba un paseo por el Parque, por sus amplias aceras de ayer, en mala hora recortadas hoy sin el consenso del pueblo que es el dueño legítimo y no la Municipalidad. A lo largo de las aceras de mujeres acuclilladas ante humeantes fogatas hervían la leche en negros recipientes de barro ofreciendo sabrosísimos ponches que NANDO nos compraba pero antes recomendaba a la ponchera que no le pusiese el líquido que al el suyo sí le ponían en regular dosis para tonificarse o acaso para levantar un poco más la llama del entusiasmo.

 

Y pasadas las Ave María que entonces eran más alegres ya que eran cantadas por mujeres que entonaban muy bien sus voces con los pocos instrumentos de viento que tocaban don Rafael, don Agapito, don Juan y don Lázaro, regresábamos felices al hogar a hacer la descripción de cuanto habíamos visto allá arriba, como decimos los que en La Hoya, el barrio más populoso de esta ciudad.

 

Después NANDO se quedó solo. Su mujer se fue por la ruta de lo desconocido sumiendo en profunda tristeza a una numerosa familia. Y yo entonces también me sentí solo. Porque aquella mujer la llevaba en el alma metida. Porque ella me dio todo a cambio de nada y porque con ella se me fue para siempre casi todo el corazón y digo casi todo, porque la otra quedaba con mi amigo NANDO que con su presencia solemne me infundió ánimo y deseo de vivir.

 

Después que quedó solo mi amigo NANDO y perdida más tarde otra rama del árbol que plantara, se fue concretando a servir a los demás como si en ello hallara una paz espiritual ya que los retoños estaban muy grandes para prodigarles mimos como antes y porque muchos no estaban a su lado. Yo tuve por fuerza del destino, que separarme de mi amigo NANDO algunos años, diez en total, aún cuando cada año venía a verlo a su casita humilde para regresar transcurrido un mes. Y así mi amigo NANDO fue convirtiéndose poco a poco en un personaje respetado y querido por todos y hasta se hizo indispensable su presencia en el barrio y más allá en donde siempre fue objeto de distinción; no esa hipócrita, insincera que prodigan los serviles a los poderosos, sino la admiración y  el cariño que nacen de muy dentro del corazón.

 

Mi amigo NANDO era el más asiduo asistente a las devociones diarias del  culto católico realizadas en nuestra Catedral. Invariablemente él salía a las 6 de la tarde y en un mismo lugar del templo se sentaba a orar y seguir devotamente los actos litúrgicos. Salía cuando éstos habían terminado y se encaminaba en forma casi autómata a una de las bancas del Parque Flores que están frente al Teatro Palace en donde permanecía en amena charla con sus amigos oyendo la música alegre que cada noche ofrecen allí desde los altavoces. Concluida la música, al empezar la función de cine, se dirigía al salón Olimpia en donde también tenía un sitio predilecto que ocupaba siempre para disfrutar de un sabrosísimo ice-cream. La propietaria del salón, la Srita, Duvis Fernández le guardó siempre especial estima y el se sentía muy complacido de esta honrosa distinción pues con él hubo siempre atención esmerado en servirlo.

 

A las 8 y media o a las 9 de la noche a más tardar, se veía bajar a mi amigo NANDO al barrio de LA Hoya y al llegar a su casa era casi seguro que estaban esperándolo muchos huéspedes para ir a entregarse al sueño reparador. Las  costumbres de mi amigo NANDO eran invariables. Las conservó en forma matemática hasta que su salud ya no fue buena, cubriendo día a día con esa sencillez propia de las almas superiores, el recorrido blanco de una vida que se iba acercando poco a poco al dintel del más allá.

 

Todo ser humano tiene que morir. Es ley inmutable. Ley de Dios. Ley natural. Y mi amigo NANDO se fue enfermando. Su recio organismo que por décadas se mantuviera en perfecto estado, al fin fue cediendo y en su semblante se fueron presentando como apuntes de ocaso, rictus indubitables de despedida. De despedida a una vida útil y generosa. Cambiaron entonces sus costumbres y ya no volvió al Parque ni a parte alguna. Se sentía enfermo. Muy enfermo. Y cuando ya no le veía salir de su casita, comprendí entonces que no se sentía bien aunque él lo negara. Porque yo le acosaba a preguntas acerca de su salud y siempre me decía que él no estaba enfermo. Tenía como todas las personas de mucha edad, caprichos de niño y se empecinó en principio a no tomar parte en la derrota, ocultando su mal.

Pero el desgaste físico era lento es cierto, más, no se detenía y cada día lo acercaba más a la crisis que un cuerpo octogenario no puede resistir.

 

Se presentó la enfermedad implacable. La ciencia médica actuó rápidamente y al principio el organismo aunque casi vencido, supo responder. Pocos días no más porque unos más tarde una u otra causa se presentó haciendo ya imposible un restablecimiento. Y entonces, después de una larga lucha entre la ciencia y la Parca Implacable comenzó el declinar de toda ambición y aún de todo deseo de vivir.

 

En momentos supremos de angustia se le oyó decir: “me muero” y esto fue evidente signo de derrota pues antes siempre pensó que se restablecería y así se los dijo a varias personas: “cuando me levante iré a visitarla”.

 

Pero el decreto había sido sancionado y debía cumplirse. La ley inmutable debía también que ser cumplida y aunque nadie lo quisiera, nada puede oponerse a ella.

 

Pero antes de esta hora en que se pierde toda esperanza a la vida terrena y se abre otra a la inmortal, mi amigo NANDO quiso cumplir con los mandamientos de la Santa Madre Iglesia y confesados sus pecados ante el ministro de Jesucristo y tomado el cuerpo de Cristo en la Sagrada Eucaristía, recibió también el sacramento de la Extremaunción, preparado así para emprender sin tropiezos el camino del que nunca se puede regresar.

 

Muchas horas de agonía tuvo mi amigo NANDO. Largas fueron las noches que rodeado de los suyos estuvo debatiéndose entre la vida y la muerte.

 

En su lecho, sentado junto a él recordé todo el ayer que con él pasé. Y en esas horas de infinita meditación acerca de la verdad, supe preparar mi espíritu para la hora suprema.

 

Aquel cuerpo ya consumido, esqueletizado que no era ni un pálido reflejo de lo que fue, me hizo sentir algo indecible. Lo veía y no creía. Porque no podía acostumbrarme entonces a creer que era cierto todo aquello. Y en arranques de dolor y pena elevé tantas veces mis plegarias al cielo pidiendo que le devolviera su salud. Pero también, consciente de que Dios es siempre justo y sus designios sólo Él los conoce, agregaba: “Señor, si tú lo quieres puedes sanarlo, más, hágase tu voluntad”.

 

Y la voluntad del Altísimo se cumplió a las 12 y 20 minutos del viernes antepasado 28 de octubre cuando en un momento, el alma de mi amigo NANDO voló al cielo y él se quedo dormido para siempre dejándome solo, muy solo y muy triste.

 

He escrito esto porque me nace del corazón. No he seguido ninguna regla para escribirlo. Sé que está lleno de errores de toda clase. No importa. Lo escribí para mí y porque en ello encuentro alivio.

 

Porque mi amigo NANDO ya constituye una esperanza segura en el cielo desde donde vela por nosotros. Vela por todos a quienes amó. Y como él que tanto me quiso no quiere verme sufrir, por eso ahora que él no está conmigo trato de hacer lo que a él le gusto siempre que hiciera.

 

Anhelo ardientemente honrar su nombre y estoy seguro que si un día no siguiera su ejemplo de austeridad, de dignidad, de honradez que él supo darme, sería capaz de encarnarse si Dios se lo permitiera para abofetear mi rostro. Pero yo honraré la memoria de mi amigo NANDO y habrá de sentirse feliz allá en el Cielo de que su mejor amigo, el que le acompañó por más de 43 años, sí fue su amigo de verdad porque después de su muerte física sigue honrándolo con su conducta y con sus ideales.

 

Y como podría ser de otra manera? Mi amigo NANDO………………….ERA MI PADRE.

 

 

 

Juticalpa 1 de noviembre de 1966

 

 

 

 

PALABRAS FINALES

 

He escrito, o mejor dicho, he pergeñado una cantidad suficiente de hojas y creo conveniente poner punto final a esta retahíla o sarta de acontecimientos, relatos y humoradas que estuvieron relacionadas con mi vida privada y con la de mi pueblo.

 

Ya expliqué en las palabras introductorias, que esto es el producto genuino de mi memoria; que lo aquí relatado es estrictamente cierto y mas cierto aun, es el hecho de que al haberme decidido a emborronar estas cuartillas no me movió otro interés que el de dejar algo íntimo a los míos y a mis mejores amigos.

 

Ustedes que son conscientes sabrán aquilatar este entusiasmo mío, que no el esfuerzo realizado que no ha sido ninguno. He querido dejarles un agradable sabor con la lectura de estas páginas, que con su lenguaje llano y sencillo, ha traducido mi pensamiento recóndito, vibrando al conjuro de mis mas líricas emociones.

No sometas este escrito a ninguna regla literaria, te lo ruego; porque hacerlo equivaldría a destruirlo porque  no tiene ese mérito, ni lo escribí para que fuera juzgado desde ese ángulo de la Preceptiva Literaria.

 

Esta plagado de errores de esa índole, pero esta lleno de ternura y de cariño; está saturado de unos recuerdos que constituyen mi propia naturaleza y los que extraigo de su arcón, en los momentos en que quiero de nuevo vivir, si damos por válido el pensamiento de aquel que dijo: “RECORDAR ES VIVIR”.

 

He puesto todo mi interés para que estas páginas lleguen a ti; pasaron muchos días en que me imbuí en el pasado y viví muchos ratos felices, trasladando al papel lo que iba apareciendo en la pantalla inconsútil de mi mente. Como un orfebre lo he tallado en su contenido, aunque no en la forma de expresar las ideas. Hay disparates, lo sé; cosas inauditas para ti, atrevimientos que deben ser conocidos por los verdaderos amigos, intimidades que solo a ti he querido confiar. Y esto es, precisamente, el valor que tiene. Por eso no lo voy a dar a nadie que no crea yo, que le va a dar el mismo valor que para mí tiene. Valor emotivo, valor espiritual porque este primogénito es la expresión auténtica de su padre. Por eso, nadie encontrará este trabajo impreso en ninguna librería, ni siquiera en una biblioteca, porque no lo he escrito para la venta. Venderlo sería la mayor afrenta que yo podría resistir. No me interesa la publicidad, ni elogios ditirámbicos, ni críticas sanas o insanas.

 

Cuando lo hayas leído, fórmate tu propio criterio y te lo guardas, así como guardas también tus libros favoritos. No lo prestes a nadie, porque es tuyo y solamente tuyo, por eso te lo doy autografiado, con mi firma auténtica. He creído convenientemente, ya que no tengo el propósito de escribir otro igual, de adicionar aquí, algunos trabajos de distinta índole que escribí hace algunos años, los que figuran a continuación a manera de epílogo. Con excepción de MI AMIGO NANDO, que no ha sido publicado por escrito, solamente por la Radio, los demás fueron publicados en la década de los 60 en la Revista PENSAMIENTO Y ACCIÓN, del ilustre olanchano Profesor Miguel Ángel Osorio, fino poeta, periodista nato, intelectual de veras y a quien no se le recuerda, quizás porque como un bohemio que fue, su vida fue un peregrinar por campos desérticos de pobreza material, pero su planta pisó los jardines en donde las Musas le ofrecieron sus dones. Y Terpsícore fue su compañera y Minerva su guía. En noches de placer, del brazo de Baco se hundió en las corrientes de todos los nepentes imaginables y se dejó arrastrar para descansar en los otros brazos, los de Morfeo, a la sombra de un árbol secular, erguido en las bacanales del mundo de su bohemia.

Miguel Ángel Osorio dejó una profusa producción literaria en su Revista y nadie después de él, en este Olancho mío, ha tenido la osadía de editar otra publicación que contenga el fruto de un pensador. Loor a aquel humilde mentor olanchano que sin pena ni gloria se nos fue y con quien la olanchanidad tiene una deuda que algún día sabremos saldar con decoro y gratitud.

 

 

 


 
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